Estoy pasando por una mala racha, una de esas etapas en las que parece que la vida se está mofando de ti porque no hace más que darte malas vibras 24/7. Por suerte, soy una tía con más cara que espalda y he aprendido a sobrellevar esos malos ratos que la vida me tira a la cara a base de truquitos sanos y beneficiosos para mí, tanto física como mentalmente.

Sin embargo yo también soy humana y, aunque la mayor parte del tiempo estoy de buenro y feliz, tengo mis límites y hay veces que la cuenta atrás de la bomba se acaba y termino por explotar en miles de pedacitos de mala hostia o mares de lágrimas. Y es normal. Y no me avergüenzo ni me culpo por ello.

Lo malo es que en estos momentos de explosión catastrófica mis truquitos sanos y beneficiosos se van a la mierda y acudo a remedios más rápidos y banales: la comida bien rica y bien poco sana. Cuando empiezo a notar la hartura de tó saliéndome por los poros de la piel voy a la cocina porque sé que allí me estará esperando mi tableta de chocolate «solo para emergencias», o me voy a mi bar favorito a por una buena jarra de cerveza y la croqueta más gorda que tengan, o le digo a mi Tata (mi tía abuela, la mejor cocinera del mundo) que me prepare su ensaladilla rusa especial y me meto hasta tres platos entre pecho y espalda.

Y claro, como se pueden imaginar, con tanta cañita de cerveza, tanta comida rica y tanto chocolate «de emergencia» pues, inevitablemente, me está creciendo el culo, la barriga, los brazos, la cara y hasta el alma. Vamos, que estoy engordando. Pero, ¿saben qué? No me preocupa tanto como podría imaginarse.

A ver que me explique, que hay mucho histeriquito por ahí suelto que me va a soltar el sermón de «pero tía, tu salud es lo más importante, tienes que cuidarte». Lo sé, lo sé, calm down. Obviamente quiero ponerle solución a esto (que no tengo, ojito, no tengo ninguna obligación para con el mundo, solo la tengo conmigo), pero este momento no es el momento. Si decidiera sumarle una dieta a esta mala racha, si decidiera suprimir todas esas pequeñas cositas que me hacen feliz (feliz de mentira, pero bueno) solo para adelgazar les aseguro que alguien acabaría muriendo, porque yo me volvería loca.

matar

Por no hablar, claro, de que ya tengo demasiadas cosas en la cabeza como para encima estar preocupándome de que tengo que adelgazar. Porque amigos, cuando la vida te presenta tal cantidad de problemas personales, familiares, entre amigos y un largo etc. de cosas que si se pueden complicar se van a complicar, te das cuenta de que la preocupación por estar delgada es algo tan nimio que casi puedes permitirte olvidarlo durante un tiempo. De hecho, es que hay momentos en los que ni te acuerdas, ni le das importancia, ni ná de ná.

Así que sí, estoy engordando pero no, no me preocupa tanto. No tengo que darle a nadie explicaciones sobre por qué mi cuerpo está evolucionando de una u otra manera, no tengo que justificarme ni pedir perdón, simplemente aceptarlo y ponerle solución cuando yo quiera ponérsela y me sienta preparada para ello. Y obviamente esta situación es MI situación; hay personas que, durante estas temporadas hijueputas son todo lo contrario y le dan caña al body y se ponen fit en el gimnasio, y olé por ellos. Pero como el deporte no es lo mío, antes que ahogar mis penas en el gym prefiero ahogarlas en un bote de roscas (palomitas, si eres peninsular) mientras veo mi película favorita.

roscas

¿Soy un monstruo? Quizás. ¿Merezco la hoguera por pasar tres pueblos de estar delgada? Probablemente. Pero al menos de momento voy sobreviviendo a esta etapa de mierda que la vida me ha regalado, y con eso me basta. ¿Que por qué les cuento todo esto? Pues porque, como yo, habrán miles y miles de personas que están engordando por culpa de estar pasando por un mal momento y quiero recordarles que no pasa nada, que no debemos sentirnos culpables ni atormentarnos por ello, porque ya bastante hacemos con sobrevivir.