No sé si os habrá pasado ver a la típica persona que realmente nunca ha necesitado hacer dieta y que te llega un día y te dice algo así como: “hoy voy a ser buena, que empieza la operación bikini”, y resulta que ese “ser buena” (que básicamente quiere decir: “voy a comer bien”) se traduce en comerse un cuencazo de muesli con fruta escarchada, medio paquete de digestive de chocolate, una bolsa de patatas “bajas en grasa”, un puñado de tortitas de arroz o unas berenjenas rebozadas con miel. O, peor aún, las que se saltan comidas o consideran que un sandwich de tortilla francesa es una buena opción como comida principal del día. Estoy segura de que sabéis de lo que hablo. Y claro, tú las miras y piensas: “yo no soy nutricionista, pero es que tú no tienes ni puñetera idea de lo que te estás comiendo”. Y a lo mejor, si tienes confianza con esa persona le dices: “pero, ¿tú sabes que eso tiene calorías/azúcares/grasas, no?”.

Y entonces llega la cara de perplejidad y la respuesta: “pero si es integral” o “no, no, esto es light” o “pero si es verdura” (hay gente que cree que las patatas fritas cuentan como verdura, o que la tarta de zanahoria es un postre light; true story). Y  cuando eso pasa comprendes que hay gente que solo distinguen entre los alimentos que creen que engordan o no, y que además, no se paran a pensar si, engorde o no, es sano.

¿Cómo? ¿Que los Special K tienen azúcar? ¿que el pan integral engorda igual?
¿Cómo? ¿Que los Special K tienen azúcar? ¿que el pan integral engorda igual?

También hay personas de constitución delgada que se preocupan mucho por su salud, claro, y que, independientemente de si engordan o no, procuran que comer signifique también alimentarse, es decir, nutrirse. Pero por lo general la mayoría de las personas que tienen esas falsas creencias sobre los alimentos son aquellas que nunca han tenido que medir lo que comen porque, simplemente, por su metabolismo o constitución, no engordan (o si engordan les da igual, que también puede ser). Y en una sociedad en la que se valora más el aspecto físico que la salud, si no engorda no importa si es sano o no. Lo que ese alimento me aporta, el colesterol que pueda provocar, el envejecimiento celular o la propensión de enfermedades cardiacas o incluso de cáncer no interesan si sigues entrando en unos pantalones de la talla 38. Pero no es lo mismo tener un culo de la talla 46 a base de comer quinoa, aguacates, salmón, legumbres… que tener una talla 38 y alimentarse de productos precocinados, galletas de chocolate (por muy integrales que sean), smoothies y ayunos esporádicos.

En mi caso lo que sé sobre estos temas empecé a aprenderlo por las razones incorrectas, pero por suerte ahora soy capaz de tener una mirada crítica y más o menos consciente de lo que como. Y es que, claro está, yo soy de las que sí engordan. Engordo con la comida light, la rápida, la casera, la macrobiótica… en fin, engordo con facilidad y me cuesta mucho adelgazar, como les pasa a tantas otras personas. Y claro, eso ha supuesto que me pasara buena parte de mi infancia, adolescencia y juventud buscando la forma de adelgazar o al menos, no engordar, intentando cambiar mi cuerpo para que se pareciera al de otras personas en lugar de dedicarme a hacer cosas que de verdad me hicieran feliz y sentirme bien conmigo misma.

Hasta que he conseguido aceptar (más o menos, según el día) que quien tiene un culazo tiene un tesoro y que el mundo no se acaba porque no te entre la ropa de Zara, he probado tantas dietas, trucos, consejos, planes personalizados, planes mágicos, farmacéuticos y médicos que al final aprendí a diferenciar el grano de la paja. La primera y más importante lección que aprendí gracias a mi metabolismo de mierda fue que las dietas rápidas, milagrosas y restrictivas son hambre pa´ hoy y efecto rebote pa´ mañana. Parece una tontería, pero, ¡ay lo que nos cuesta! Qué fácil es caer en la tentación de una dieta milagrosa que te ayudará a revertir el resultado de meses de alimentarte mal o no hacer ejercicio en cuestión de tres días. ¡JA! Aunque la tentación de probar «por si acaso esta si funciona» a veces surge, cuando has probado tantas formulas decides que la única que funciona, no para adelgazar, si no para estar sana, es alimentarte bien. Lo bueno es que cuando has tenido que controlar siempre lo que comes, al final acabas pillando el gusto a ciertas cosas, como disfrutar de una ensalada o una fruta, beber té o todo tipo de infusiones o fijarte en la composición nutricional de los alimentos antes de comprarlos.

Sí, soy de esas frikis que ves en el pasillo del supermercado sosteniendo una marca de yogures en cada mano y mirando la cantidad de calorías, azúcares y grasas que tiene cada uno. Pero no es algo que haga cuando intento perder peso: para mi es normal saber qué como, y aunque haya páginas como sinazucar.org que intentan facilitar un poco las cosas, las empresas alimentarias no están aún por la labor de etiquetar sus alimentos de una forma clara. No, en los paquete de zumos o galletas o en la caja de Telepizza no van a poner que “comer esto perjudica seriamente a la salud” o “contiene X gramos de azúcares añadidos, X conservantes y X gramos de aceite de palma” en letras grandes y con información de las consecuencias que tienen estas sobre la salud. Así que si no te lo dicen, tendrás que averiguarlo, que igual que se deja de fumar porque es malo para la salud aunque se disfrute haciéndolo, es igualmente lógico procurar no comer demasiado aquellas cosas que igualmente son adictivas y generan problemas de salud a corto plazo (malestar general, fatiga, cambios de humor e incluso dependencia física) y a largo plazo (colesterol, grasa visceral, mayores tasas de cáncer…). Y ojo, que esto lo escribe una amante incondicional de la pizza grasienta, el chocolate y las gominolas. ¡Ay, las gominolas! ¡Tan pequeñas, tan bonitas y tan nocivas! Son el enemigo disfrazado de unicornio.

La cuestión es que a lo mejor resulta que al final es una suerte la tendencia a engordar. ¿Qué dices, loca? Pues si. Porque cuando miro a esas personas de metabolismo ultrapotente, que comen hasta hartarse todo tipo de guarrerías y se mueven menos que un gato de escayola pero pesan menos de 50 kilos, pienso: «claro, así yo también me pondría hasta el ojete de donuts». Pero gracias al hecho de no querer engordar, al final acabo no comiendo tantas pizzas, chucherías y milkas rellenos como quisiera (los evito como a la peste) y tal vez, gracias a eso, me mantenga mucho más sana. Porque, quién sabe, a lo mejor si fuera una persona de las del otro tipo tendría una talla 38 pero el colesterol por las nubes, o fatiga crónica, o enfermedades cardiovasculares antes de los 40. Así que, queridas y queridos, tal vez si sois gordis como yo eso os esté llevando, de un modo u  otro, a tener una vida sana. Y si tenéis el metabolismo de Usain Bolt, recordad: no toda la comida alimenta, y que no te engorde no significa que no te haga daño.

@ladycarrusel