Compartir techo con dos hermanas que no engordan ni aunque se pasen la vida a base de gominolas no es fácil. Qué leches, es muy jodido. Como compensación el universo me ha puesto a una madre tan gordibuena como yo, de esas que encoge tripa en las fotos pero que luego se da una palmadita así misma para recordarse el cuerpazo que tiene. Y entonces se me pasa el enfado con el que repartía la genética hace 27 años y pienso cuánta suerte he tenido de que mi «gordita» me haya prestado sus michelines y atesorar situaciones tan divertidas como éstas:

1. Sólo vosotras os podéis llamar «gordas»

Si viene de fuera ofende, al menos en mi caso. Y sí, ya sabemos que «gorda» es un adjetivo más que no debería encasillarnos ni definirnos como personas pero el 90% de las veces que alguien te lo llama es con intención despectiva. Por eso la primera vez que leí el término «gordibuena» me hizo tanta ilusión, habían conseguido transformar una palabra que se utilizaba para insultar y hacer daño en una de la que me sentía orgullosa de pertenecer.

2. Os dais consejos para facilitaros la vida

¿Os acordáis cuando eráis pequeñas y llegabais con los muslos rozados en verano? ¡Cómo escocía! Yo creía que tendría que vivir con eso toda la vida hasta que mi madre se dio cuenta y me compró unos shorts beige que juré no ponerme nunca. Mi promesa se quedó haciendo compañía a las del «esta semana voy al gimnasio todos los días» y «el próximo curso empiezo a estudiar desde septiembre» y menos mal porque esos pantaloncitos nos salvaron los veranos a más de una, ¿verdad? Ahora para agradecer el gesto te toca regalarle a tu mami unas bandelette y mandar esos comodísimos shorts al cajón de la ropa que ya no te queda bien pero que guardas «porsi». Al igual que os habréis descubierto un montón de tiendas chulis donde encontrar vuestras tallas y compartido la alegría de pillar un 2×1 en sujetadores grandes de marca.

Seguro que también os enseñó a combinar colores y tipos de prendas que te quedasen mejor y disimulasen lo que tú quisieses a la vez que te decía que aunque las rayas verticales estilizaban, si te gustaban las horizontales no te privases de lucirlas. ¡Ella no se las ponía pero a ti te veía estupenda! Y es que una madre gordibuena nunca ve pasada de kilos a su hija, solo «de buen año».

3. Empezáis dietas juntas

¡Esto es la guerra y mejor ir acompañadas! Si en casa la genética XL os tocó sólo a vosotras seguro que habéis empezado un montón de dietas juntas y compartido propósitos de año nuevo que implicasen cuidar más la alimentación y entrar en ese pantalón que el año pasado ya os sacaba lorza. Pero, como dice mi madre, siempre con cabeza y sentido común. Qué buenos sentimientos os entran los domingos y a primeros de mes, lástima que el lunes en la cena se os haya olvidado todo en cuanto oléis un filete empanao.

4. Hacéis bromas con vuestro físico

«Vas a tener los muslos como un tablero de ajedrez en cuanto te levantes de esa silla de plástico», «¿No pides postre? ¿Y eso? ¿Qué fiesta es hoy?», «Pídete una talla más que para el verano ese pantalón te queda reventón al paso que vas»… Y un sinfín más de pullitas sin maldad, sólo con ganas de picar y reíros.

5. Os levantáis la autoestima la una a la otra

Además de soltar bromas y pasaros gangas de Asos curve, estáis ahí para apoyaros en esos días donde esa lorcita se nota un poco más de lo que estás dispuesta a mostrar o en esos momentos donde repites 10 veces la foto y en ninguna te ves bien. Ser body positive es un trabajo de 24/7 y se lleva mucho mejor si tienes en el primer número de la agenda a la compañera perfecta para relevarte en el turno cuando estás cansada. Y quien dice relevarte dice abrazarte tan fuerte que me río de las fajas para los vestidos ceñidos. Con uno de esos al día se te olvidan las calorías, las estrías y hasta que ha llegado el verano y os ha vuelto a pillar con los muslos llenos de polvos de talco pero tan felices.