Yo desde pequeña lo he tenido todo todo todo. Pero no me refiero a un pony, una súper consola, el estuche más bonito o la caja más grande y más bonita de lápices de colores (juguetes vintage, como yo). Cuando aún no había llegado a tener uso de razón ya me había llevado más bofetones que calcetines tengo en el cajón. Antes de cumplir los 8 ya pesaba más que 2 o incluso 3 compañeras de clase juntas. En mi comunión no fui de princesa, fui con una túnica blanca cual mesa camilla, con unas gafas que ocupaban más que mis enormes mofletes (gracias mamá). Lo que viene siendo la gorda cuatro ojos de toda la vida, blanco de todas las burlas en el cole.

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Pasaron los años y seguí teniéndolo todo. En mi tierna adolescencia tenía más pelos en las piernas que muchos chicos de mi clase. A los 18, mi gran amor decidió no seguir adelante con nuestra bonita historia porque sus “amigos” le convencieron de que él, guapo y exitoso con las chicas, no podía salir con una gorda que “cuando va al campo caga fuera” o “si se sienta encima de una moneda el rey saca la lengua”, palabras textuales. A los 20 y pocos años había empezado y abandonado tantas dietas y gimnasios que hay expertos en nutrición con menos tablas que yo. Recién pasados los 30, en un intervalo de 3 meses una de mis mejores amigas me estafó, dejó de hablarme y el que era mi chico por entonces decidió que la manera más elegante que tenía de comunicarme que me dejaba por otra chica era un simple whatsapp, con una proposición de polvo de despedida. Caí en una depresión, afortunadamente leve y de la que conseguí escapar con el apoyo de mi familia y amigos (pocos, pero muy valiosos).

Aún así, a pesar de lo que pueda parecer, no lo considero una historia triste, porque no lo es, porque yo no quiero ser una persona triste. Porque todas esa historias me han hecho una persona fuerte, muy fuerte. He aprendido a quererme mucho, todos los días. Porque todo lo que he hecho ha sido con la mejor intención. Porque siempre he sido honesta conmigo misma y con los demás. Porque he aprendido a luchar por lo que quiero y aunque cada éxito me cueste sangre, sudor y lágrimas es mío y solo mío. He aprendido a distinguir a los verdaderos amigos, a los que puedo contar con los dedos de una mano pero con los que sé que puedo contar incondicionalmente. He aprendido a quererme, a valorarme, a saber que el peso no es más que un número, que el físico no es más que una patraña impuesta por la sociedad. En ocasiones hasta me he convertido en una zorra con todas las letras, irónica, sarcástica, con un humor más que afilado, que prefiere una verdad por muy brusca que sea a una mentira, aunque sea piadosa. Al fin y al cabo, hagamos lo que hagamos, no podemos gustar a todo el mundo así que me quiero, me respeto, ME AMO (no siempre, pero al menos lo intento) a pesar de todo.

He aprendido que si haces algo debes hacerlo por ti, no por lo que te digan los demás ya que ese es el primer paso hacia tu propio fracaso personal. Porque la vida me ha hecho aprender a ser YO en todos los sentidos, con mis defectos y mis virtudes, que son much@s.

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Ya no me conformo con nada, siempre quiero más y mejor, porque para ser feliz no hay límites. Afronto la vida con humor, porque lo más importante es la salud y de eso por suerte me sobra. Sed felices o al menos intentadlo siempre.  Porque como dice la canción, lo que opinen los demás está de más.

Sara