Recuerdo que yo llegué a la vida de papá y mamá después de ti. Los juegos, las noches de reyes sin dormir, mi flequillo a trasquilones porque el tuyo no te gustaba, recorrer la cocina con un patín cada uno o verte llorar debajo de tu escritorio cada vez que te rompían el corazón. Porque esos chicos nunca entenderán que los tesoros no hay que buscarlos, hay que cuidarlos. Por eso esto es una especie de lista de todo lo que te deseo. Sin excepción, siempre, a cada momento, incluso cuando ya no esté.

Que al levantarte, todas las mañanas, te sientas guapa tal y como te muestre el espejo.

Que rompas la rutina al llegar del trabajo con la cosa que más te guste hacer (Aunque solo sea ver Juego de tronos).

Ojalá comprendan tu bondad y no la utilicen más.

Que te escondan el pelo detrás de la oreja antes de darte un beso.

Deseo que seas más tuya que de nadie, que aunque seas suya cuando tú lo elijas, seas siempre tuya.

Que no te sientas frágil, como si te fueras a romper, que seas capaz de romper con todo.

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Ojalá saltes un día con paracaídas y me llames para decirme que ha sido increíble.

Que recorran tu cuerpo con una mirada de mimo, confirmándote que es perfecto.

Ojalá tú jamás te sientas mal por las hamburguesas, chocolatinas o donuts en el bolso.

Deseo que al despertar él te mire agradeciendo que estás. Que no te has ido.

Que no vuelvas al escritorio desde el que te escribo, que ahora soy yo el que lo utilizo.

Ojalá te rías hasta que te duela el estómago en una noche de esas en las que parece que sí existe la felicidad plena.

Que hagas un viaje sola y vuelvas siendo, no mucho, distinta.

Deseo que él entienda tus caprichos de un día, tus vergüenzas y sabores favoritos.

Ojalá eche de menos tus manías cuando ya no las tenga.

Que te despierten con mensajes bonitos, no en el móvil, en papeles esparcidos sobre la cama.

Que, como yo, te vean capaz de todo. De gritar en mitad de la calle o de ir a la universidad a los cincuenta.

Deseo que aunque solo un día pienses más en ti que en el resto del mundo.

Que te encuentres al hombre que cuenta las sonrisas en el centro de Madrid y que cuando te vea se le acaben los folios.

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Ojalá hagas las cosas siempre como quieras y no como el resto creen que se deben de hacer. Casarte en mitad de la nada, llamar a tus hijos como un día de la semana o añadirle la H a tu nombre.

Que un día te permitas ser como yo y descubras el gusto de una película romántica y una tarrina de chocolate (Ese es mi capricho).

Que no tengas una lista de cosas qué hacer antes de morir, que las hagas.

Ojalá entiendas que lo que acaba, es porque sucedió.

Que recorras una noche el centro de la ciudad descalza. Vacía y acompañada.

Que conozcas a personas que jamás habrías pensado conocer y que te reencuentres solo con los que te cuidaron.

Ojalá recibas una carta que quieras guardar en la caja de cosas que recordar.

Deseo que llames a mi puerta siempre que pienses que el mundo no te entiende.

Que un día tengas la casa tan desordenada que pienses que la imperfección a veces es bonita.

Que te aceptes tú también así, humana, somnolienta, despeinada y preciosa.

Ojalá un día escuches un piropo que quieras escribir en una libreta.

Deseo que vivas en el lugar más lleno de recuerdos bonitos del universo.

Porque hermana te deseo con la misma bondad que tú no le deseas nada malo a nadie e incluso a las personas que un día te hicieron daño.

Daniel Ojeda

 

En las fotos: Dulceida y su hermano Alex