Yo soy una persona de reflexiones de andar por casa, mis mejores soliloquios surgen de las labores cotidianas y de la tediosa monotonía; así que, mientras libraba una ardua batalla con la comida, mi cerebro llegó a la conclusión de que por mucho que luches siempre se colará un guisante en tu boca y que esta situación también la podemos aplicar a los gilipollas y tu vida, alguno siempre se aparece de la nada.

Mi gilipollas de la semana apareció en un bar local, embutido en unos pitillos morcilleros y una camiseta ajustada, hablaba apasionadamente al aire, alzaba su cerveza y argumentaba que después de toda la mañana en el gym su cuerpo fibrado le permitía beber aquél refrigerio.

Hasta aquí todo normal, el Señor G (llamémoslo así para abreviar ya que gilipollas se nos hace largo) prometía ser un imbécil en potencia pero, obviamente, eso no era mi business; me gusta abogar por la libertad del ser humano y eso incluye las tendencias imbecilistas.

ashley-graham-2016-photo-sports-illustrated-x160011-tk6-0636-rawwmfinal1920-510x600

Pero la señal de alarma se encendió cuando apareció una mujer en la pantalla de TV, que no voy a describir porque no tengo por qué hacerlo, y el Señor G (recordad que hablamos de un gilipollas y no de un clítoris) llamó al camarero y comenzó a hacer ruiditos y golpetazos, como si fuera un cavernícola epiléptico, para concluir su juicio en voz alta con un: me dan asco sus tetas de gorda.

Acto seguido pagó su consumición y se fue.

Y acto seguido yo me miré las tetas y pensé en todas las personas G, porque esto no es propio de un sexo y edad concretas, que no son G porque no les atraiga mi cuerpo o determinados factores que coinciden con el mismo sino por su facilidad de menosprecio ante la otra persona en público y en voz alta. Y de tanto pensar acabé sintiendo pena.

No sé si mis tetas son de gorda o son de flaca, sé que son grandes, blancas y en sus extremos se agolpan las estrías como si fueran riachuelos rosados. Hubo un tiempo en el que estaban más arriba pero ahora quieren mirar hacia los pies y cuando salto ellas viajan hacia todos los lados como si fueran flanes.

Me gustan mis tetas porque son tan imperfectas como yo.

No sé si tú, que me lees, tienes tetas de gorda o de flaca, ignoro si tu pezón es oscuro como la noche o rosa, puede que mire al cielo o cuelgue hacia tus pies, quizás en algún momento alimentó una vida o puede que quizás estén decorados por las manos de algún artista de bisturí.

No sé como son tus tetas y no me importan porque son tuyas y nadie más. Pero quiérelas.

Y siente pena de los que sus propios prejuicios les impiden conocer lo que está más allá una talla, de un color o de un cristal.

Andrea Mata

En las fotos: Ashley Graham