Me llamo Laura, tengo casi 30 años y llevo toda la vida intentando subir de peso.

Tuve una infancia divertida y feliz, y aunque no faltaron nunca en mi entorno los apodos tipo ‘palillo’ o ‘jirafa’, lo cierto es que jamás me afectaron hasta que llegó la temida adolescencia. Fue entonces cuando mi mente comenzó a dejarse atormentar por todas esas frases dichas sin aparente mala intención, pero que a mi se me clavaban como cuchillos en el alma:

 Tía, tienes que comer más, parece que estás enferma.

– Estás tan delgada que estás plana, y a los chicos les gustan las chicas con curvas.

– Esos pantalones mejor no, que te marcan todos los huesos.

– Mejor vete a la sección de niños, aquí todo te va a quedar grande.

– Dime la verdad, vomitas después de comer, ¿no?

Algunas amigas me decían este tipo de frases sin la intención de hacerme daño, de hecho muchas de ellas llegaron a asegurarme que me envidiaban. Pero fue entonces, alrededor de los 13 años, cuando me di cuenta de que mi cuerpo no era del agrado de la gente, que a pesar de que a mi no me molestaba que se me marcasen las costillas al ponerme un top o que los vaqueros pitillo me quedasen un poco flojos, los demás no lo toleraban.

A los 14 fui a un especialista para hacer mi primera dieta para engordar. He de decir que mi alimentación hasta la fecha era lo que yo consideraba normal para una niña de esa edad. Comía en el colegio lo mismo que mis compañeros, me encantaban (y me encantan) las chuches, los bollos y salir a la hamburguesería los domingos. El único deporte que he practicado nunca han sido las horribles clases de gimnasia en las que saltar el potro se me daba igual de mal que a mi compañera que usaba 5 tallas más que yo.

Soy una persona nerviosa y como aprendí más adelante, con un metabolismo tremendamente rápido. Mi cuerpo quema todo lo que ingiero sin darme tiempo a acumularlo y todas las calorías parecen pocas.

El caso es que cuidando mucho mi alimentación, tomando suplementos y comiendo 450 veces al día conseguí siendo adolescente subir unos 5kg. Todo un logro para mí pero que no pude mantener en el tiempo.

Para mantenerme por encima de los 50kg tengo que estar todo el día midiendo lo que como, acudiendo a especialistas y me exige un esfuerzo tan brutal que al final acabo volviendo a mi rutina normal y rebajando mi peso a los 45kg habituales que tanto parecen molestar al resto.

Lo que quiero decir, y es por eso que estoy aquí contando mi historia, es que nadie mejor que yo sabe lo complicado que es variar tu peso si tu metabolismo no acompaña. Que si yo soy incapaz de engordar aunque coma hamburguesas con patatas fritas todos los días… ¿por qué no va a suceder lo mismo a la inversa? 

Es muy fácil hablar desde el desconocimiento y que nos juzguen. A mí de enferma, a los gordos de vagos. Es como hablar de esos famosos que vemos por la televisión. Creemos que les conocemos pero en el fondo no tenemos ni idea sobre lo que les pasa por la cabeza o las circunstancias de cada uno.

Cada vez que nos insultáis o dais por hecho sobre nosotros algo que no es cierto, estáis dejando en evidencia vuestra incultura y lo limitadas que son vuestras miras. Nos iría a todos bastante mejor si dejásemos de juzgar los libros solo por la portada y nos dedicásemos a leerlos enteros.

Autor: Laura P.