Que sí, que haber estado gorda toda la vida ha sido un suplicio y un calvario en muchas ocasiones. Que escenas en las que era yo la que acababa en el despacho de la directora y no mis compañeros por insultarme están ahí en mis recuerdos, que la vergüenza con 14 años de no poder ir de compras a las mismas tiendas que mis amigas ocurrió y que sé que cuando paso por delante de un gimnasio la gente de las cintas me toma como ejemplo a no seguir. Pero te haces mayor y un día te das cuenta que de todo eso has sacado cosas buenas. Casi sin querer, simplemente miras a tu alrededor y te resultan muy extraños ciertos comportamientos humanos. Y es porque has estado gorda toda la vida. Que igual el resto del mundo ha podido disfrutar de una adolescencia sin complejos y de ser la reina del baile y de tener al quarterback del equipo de fútbol todo el día detrás, pero eso sólo les va a reportar 4  o 5 años de felicidad. Lo nuestro es una lección que dura para siempre. Y, encima, tarde o temprano el resto del mundo también va a tener que aprender, porque no van a ser jóvenes y cinematográficamente guapos toda la vida.
Has estado gorda toda la vida y sabes como eres y te has visto en pelotas delante del espejo, no te va a asustar nada de lo que le pase a tu cuerpo. Tienes estrías, tienes celulitis, tienes carnes colganderas… ¿Qué puede depararme el futuro que me vaya a asustar? Ves a la gente a tu alrededor histérica perdida porque “ay, con lo buena que estaba yo con 16…” y tú con 16 también estabas gorda. Como ahora. Pero entonces te querías muchísimo menos y, por suerte, con los años has aprendido a quererte. Muy probablemente a la fuerza, porque al final es lo que hay. O quererte o quedarte estancada toda la vida en darte mucha pena a ti misma en el maldito probador del Pull&Bear porque por mucho que metas barriga no te entra una 42. Luego vas y miras fotos con 16 años y piensas que tampoco estabas tan mal como pensabas, así que quién te dice a ti que dentro de 16 años no te va a parecer que como estás ahora es maravilloso. Así que, al final, qué más da, tú ya te quieres y a los demás debería darles igual porque por dentro eres maravillosa. Que, por cierto, otra cosa en la que le llevamos ventaja al resto de los mortales es precisamente esa: Sabemos de primera mano que los tópicos sobre gordos son eso, tópicos, así que no se los aplicamos a nadie. No vamos por la calle pensando “Mira ese gordo, seguro que tiene diabetes” ni juzgamos a nadie porque se coma un pastel con las manos para desayunar (y, de beber, albóndigas).
Por supuesto estas son mis conclusiones vitales, esto es a lo que me ha llevado a mi todo lo que he vivido y, como no todo el mundo experimenta lo mismo, no todo el mundo va a opinar lo mismo. Pero supongo que me han parecido unas conclusiones bonitas para alguien que aún no ha concluido nada y que tiene 16 años y está en ese probador del demonio metiendo barriga.

Autor: Anna Gómez

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