«Había una vez un príncipe gordo, una princesa gorda y el resto de la historia no era ridícula, era normal y también tenía un final feliz…»

De pequeño me gustaba leer y nunca encontré un libro así, que le diese a las palabras que utilizaban como insultos en el colegio el significado que en realidad tenían. Tampoco encontré jamás uno que hablase de niños a los que no les gustaban jugar al fútbol, movían mucho las manos y les llamaban maricón. Pero como el resto del cuento que me acabo de inventar mi infancia-adolescencia transcurrió de la forma más normal posible, sobre todo cuando estaba en casa, porque allí si podía ser el príncipe gordo, la princesa y el final feliz. Aunque adoraba la comida creo que comencé a utilizarla como un escudo, igual que todas esas sudaderas anchas y las gafas. Pero un día todo cambió y algo en mi cabeza aceptó como era por dentro y comencé a cambiar por fuera. Es curioso porque antes había escuchado mil veces eso de «¿Por qué no le llevas a un endocrino?» y empecé dietas que me ayudaron al principio y que después de un tiempo dejaron de hacerlo. Y aunque no creo que en todos los casos funcione, creo que en el mío lo hizo. Comencé a quererme antes de todo, a cuidarme por dentro mucho antes de hacerlo por fuera.

Llegué a pesar 96 kilos y después de aproximadamente dos años la báscula marcó el número: 57. Ahí descubrí que detrás del: «Ya no estás gordo» había cosas parecidas al: «Estás gordo». Insinuaciones de que sufría anorexia, asombro y el resto cosas positivas que en realidad fueron la mayoría en un mundo para el que siempre te faltarán o sobrarán kilos. Para llegar  a este punto por supuesto que cambié mi manera de comer, pero porque antes quería a la comida como una forma de taparme y no de alimentarme. Pero siempre tuve claro que con mi edad no me privaría de las cosas que me gustaban, de cenar los fines de semana con mis amigos o de cualquier otra cosa que me gustase hacer. La última vez que fui a mi doctora de cabecera me felicitó y ya está, lo trato como lo que era: un buen cambio para mi salud. Me gustó porque no hubo dudas o miradas. Porque detrás de ese «ya no estoy gordo» sigo estándolo de alguna forma, con miedo y con poca seguridad en un cuerpo que poco a poco se va adaptando y al que hay que seguir mimando cada día.

Nos creemos capaces de todo, pero la mente es mucho más fuerte, por eso pese a mi peso de ahora sigo escondiéndome a veces en sudaderas o con mis manos, soñando un día alcanzar la seguridad plena. Porque a veces sientes que nunca es suficiente y es ahí cuando me acaricio para que nadie me dañe o para que no hagan que entonces sí me dañe a mi mismo. Creo que, como en todo, todo reside en querernos y en tratarnos con el cariño que merecemos y así llegará el día en el que solamente te importe como tú te sientas. Olvidando kilos, tallas, piscinas, miradas, cánones y demás tonterías que pretenden convertirnos en unos moldes que no somos. Detrás de cada uno de nosotros hay una historia y por eso jamás tenemos que pretender ser como los demás, seguir una línea o unas normas. Porque ser lo que no eres es lo que debería crear rechazo y no un cuerpo. Ojalá un día detrás de ese «Ya no estoy gordo», «Ya no tengo poco pecho» o «Ya no estoy demasiado delgado» solo quede un sano y vital: «Ya estoy bien».

Daniel Ojeda