Quien dice tercero dice séptimo, pero desde luego que no dice primero. Puede pasar, por supuesto, pero para eso tienen que estar todos los astros alineados a tu favor, a mi la peña que me cuenta que todos sus primeros polvos con alguien son absolutamente increíbles, que todos tienen un pollón más grande que el Teide y que las han hecho correrse veintesiete veces en veintiseis posturas distintas… Mira cari, no.

Y es que el sexo, por desgracia, pocas veces es solo sexo. La confianza, el conocerse, la intimidad, el cariño y el estar a gusto forman parte de la ecuación, nos guste más o nos guste menos. Yo no follo igual, yo no me muevo igual, yo no beso igual a alguien a quien acabo de conocer hace dos horas, que a alguien a quien llevo viendo hace dos semanas, asumo que al resto del mundo le pasará exactamente lo mismo que a mí, porque aquí todos somos humanos, todos tenemos miedos, complejos e incomodidades que nos impiden comportarnos como realmente nos gustaría, física y emocionalmente.

 

Por eso aquí vengo a abogar por las segundas y terceras oportunidades en el sexo. Yo misma y muchos de mis amigos y conocidos, tendemos a rechazar a alguien en el terreno sexual a la primera de cambio, ‘ha sido un desastre, es que menudo cuadro, eso no había por dónde cogerlo’. Vale coño, ha sido una primera vez, es absolutamente normal que esos dos cuerpos no se conozcan, no se entiendan y no sepan casi ni por dónde empezar. Una segunda vez tiene todo el sentido del mundo que pase también, ya si en la tercera vuelve a ser un desastre más que absoluto, pues mira, ya está, hay que darse por vencidos, eso no funciona y tampoco vamos a estar aquí perdiendo el tiempo, pero no antes.

Si en la segunda va todo un poquito mejor y en la tercera hay más mejora todavía, espérate a la séptima y verás. Porque para poder mejorar en el sexo, hay que mejorar en comunicación y contarle a un desconocido cómo te gusta pues no es tarea fácil. Que yo, por ejemplo, soy de las que se muere de vergüenza hablando de eso, así que tiendo a no hablar y hacer. Es decir, si mientras me está penetrando quiero que me toque el clítoris, le cojo la manita y se la llevo hasta el punto favo de mi cuerpo, sin necesidad de decirte ‘oh sí nene, escúpeme en el clítoris y acaríciamelo a la velocidad de la luz’.

Pues la otra persona contigo igual, todos estamos hechos de la misma madera, a fin de cuentas. A lo mejor la otra persona también siente que tú eres un desastre, no le gusta cómo lo haces y posiblemente preferiría ver una película de Netflix y comer palomitas que follar contigo en ese momento (perdón por la crueldad), pero probablemente eso esté pasando porque tú misma no estás poniendo toda la carne en el asador porque no te sale, porque no tienes confianza y porque te da vergüenza venirte arriba con alguien que no conoces. Si poco a poco te vas abriendo a esa persona, estoy más que segura de que funcionará mejor en ambas direcciones.

Sé que vivimos en una sociedad que es muy de usar y tirar, de comprar y comprar, de consumir lo que sea cuando sea por el mero hecho de hacerlo, no por disfrutarlo, porque lo necesitemos o no porque realmente nos guste. Igual deberíamos plantearnos un poquito que las personas no son blusas de Shein, que nosotras no somos un bolso de Zara y que encontrar gangas (polvos fáciles) no nos van a llenar como deseamos. Igual está siendo una metáfora cutre, pero la siento real. A veces en lugar de comprarte cualquier chorradita que ves en Primark, te merece la pena ahorrar y comprarte algo de calidad, pues con el sexo igual. Invierte un poco más allá de una noche y verás como el resultado mejora.

Y si ves que no, pues a otra cosa mariposa. Pero no nos usemos y nos deshechemos como si no mereciéramos la pena, la alegría o el tiempo a la primera de cambio, a veces necesitamos más para poder sentirnos nosotros mismos.