Cualquiera que deje de conocerte querrá contar que te ha conocido. Porque aunque la ciudad estaba repleta de personas te vi entre tantos colores, tantas rutinas y pensamientos. Quizás porque te haces ver de una forma distinta. Sin esconderte y menos mal porque entonces me lo habría perdido todo, no podría haberte llorado, ni siquiera otros podrían saber de ti a través de mí porque para conocerme tuve que conocerte.

Hablabas de cada persona de tu vida como si fueras a enamorarte de ella.

Te encantaban los días grises, salpicados de lluvia, en cambio otros te ponías triste sin razón.

Seguías mandando cartas y te gustaba recibirlas. Odiabas que se hubiera perdido la costumbre.

Guardabas billetes, entradas de conciertos y tickets que tuviesen que ver con nosotros.

Me preguntabas que si te echaría de menos cuando no estuvieras. Lo habías aceptado.

Entendías el olvido, la tristeza, el paso del tiempo y que viviríamos otras vidas.

Revelabas nuestras fotos favoritas, mientras otros las ponían de fondo de pantalla.

Veías una y otra vez tu película imprescindible susurrando cada diálogo.

Cuando vivías fuera viajabas por la noche para contar un día más conmigo.

Despertaba y tú ya tenías los ojos abiertos hacia mi dirección.

Después de todo te quedaste con mi sudadera y sé que aguantaste todo lo posible sin quitártela. Hasta que los dos tuvimos que reconocernos que ni en toda una vida se aceptan algunas ausencias.

Me regalaste un libro dedicado y subrayaste todas las frases que quizás nos nombraban.

Te costaba deshacerte de aquellas cosas que te recordaban a momentos felices o tristes.

Cuando te derrumbabas no decías «estoy bien» con la cara empapada.

No te importaba ser cabezota, contradictorio, bipolar o lo que el resto no aceptaba ser.

Aprendías algo nuevo sobre mí, cada vez que yo no quería olvidar nada sobre ti.

Te negabas a conocer una ciudad por sus monumentos, querías vivir sus calles.

Comprabas velas cuando a las de ese momento les quedaba poco para consumirse.

Decías que te gustaban las cicatrices porque quizás contaban algo que uno mismo no.

No te daban miedo las alturas porque yo fui una de ellas.

No hacías nada bajo la manta que no te atrevieras a hacer sin su existencia.

La última vez que nos vimos me miraste el minuto más largo de mi vida a los ojos.

Y cuando te volví a ver supe que estabas hablando de mí como si siguieras conmigo.

Cualquiera que quiera conocerte y después contar que te ha conocido dirá que ha besado a alguien diferente, distinto (porque para mí no significan lo mismo) y nostálgico. Yo simplemente te recuerdo en esto, en cada cosa que escribo, a veces las digo y otras las pienso porque sabrán que te he conocido al ser yo ahora alguien diferente, distinto y nostálgico.

Daniel Ojeda