Mi novia es gorda, así de claro, gorda. Pero no es solo gorda, también es bonita, sexy y terriblemente preciosa. Ella muchas veces no se ve igual que la veo yo, pero tengo que decir que cuando se deja de tonterías de maquillaje, fajas … y se ríe a carcajada limpia, sin pensar que tiene al lado, sin estirarse la camisa porque se le ve un michelín, o taparse la boca porque ríe fuerte,  en ese momento es cuando está terriblemente preciosa.

La verdad es que como yo pensarán muchos chicos y chicas de su respectiva pareja. Y obvio no me quiero comparar, porque ya sabemos que eso no sirve para nada. No pretendo ser más que nadie, simplemente creo que ganamos todos si hablamos de amar y sentir.

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Yo sentí, el primer día que la vi, que era niña (llamémosle) pija, la verdad ni me fijé en ella, además estaba gorda y yo en ese momento tenía la cabeza bastante reducida a unas 50 neuronas (o quilos según como se vea). Pero ella poco a poco me hechizó. Primero como amiga, una amiga de esas que te da la sensación de haberla conocido de siempre aunque no sea así.

Y yo decidí tirarme a la piscina, y poco a poco fui tirándome más  y más hasta enamorarme de sus estrías. Benditas estrías que recorren su cuerpo abrazándolo como si fuera una obra de arte. Y después de las estrías vinieron las lorzas, algunas pequeñas, otras más grandes. Pero, si alguien tiene el tiempo de pararse a mirarlas y acariciarlas muy, muy lentamente se dará cuenta, que solo en el pliegue de la barriga la piel se vuelve brutalmente fina, y cuando desdibujas eso con los ojos cerrados, entiendes que hay un poco de su pequeña niña guardado ahí dentro.

Llegó el día que me enamoró su barriga, grande, grandiosa como me gusta llamarla a mi, y esa barriga que escondía debajo de todas la camisas anchas se convirtió en nuestra amiga. Ella dejó de maltratarla encondiéndola, juzgándola, odiándola, y con mucho amor… empezó a aceptarla.

Y así sin darme cuenta, mientras me enamoraba de su cuerpo, de su esplendor, me empecé a querer a mi. Me atrevería a decir que ha sido el mayor y más grande espejo de mi vida. Ella es mi espejo, cuando me quiero y cuando me odio, me ayuda a verme a mi, a destapar mis miedos, mis vergüenzas, mis inseguridades.

Y  hoy, sin darme cuenta la amo, como se debe amar a una gordibuena, a una gordimala y a todas las mujeres del mundo, con mucho amor del bueno, del lento, del sencillo.

AMEN, así sin tilde.

Marianna Mascaró

 

En las fotos: Loey Lane