Otro intento de relación sentimental fallido. Otra persona que prometía y se quedó solo en una promesa. Otro momento de frustración en el que pensar que no existe un hombre (o mujer) para ti. Tiempo perdido.

Esos son algunos de los pensamientos que nos invaden cuando uno de nuestros amores pasajeros decide usar su billete de vuelta, y nos deja en la estación con cara de tontas. Porque no todos los amores nacen para ser épicos ni para durar toda la vida, y eso, amigas, es algo bueno. En serio.

Besar sapos es un deporte que está muy infravalorado, cuando en realidad, tiene muchas ventajas. Aprendes de los errores, conoces gente,  y vives experiencias vitales que te ayudan a ser la persona que eres. Y no, esto no es un bulo de estos de “viva el positivismo”. Es total y absolutamente cierto.

Tengo muchas amigas que nunca han estado realmente solteras “en busca de compromiso”, que han pasado de relación larga a relación larga sin intervalos ni paradas, o  que prácticamente  llevan con la misma persona desde parvulitos. Qué suerte, pensaréis, no han tenido que pasar porque les rompan el corazón, ni por sentirse solas, ni por la desesperación de acudir a mil citas, ni por esos momentos de rayada de me llamará o no me llamará, que pasas casi una vez al mes, como la regla. Pues sí, es cierto, pero todo en esta vida tiene sus pros y sus contras, y también se han perdido lo que es tontear con todos los chicos que quieras, las locuras de los amores de una sola noche, los amores de verano, el aprender la lección y el saberse mucho más fuerte después del duelo de una ruptura, el no depender de nadie para hacer las cosas y tomarte tu tiempo para conocerte a ti misma. En definitiva, puede que se hayan perdido parte del proceso de crecer, de madurar emocionalmente, de lo que es la vida. Y eso, el día que te planteas si tu pareja es realmente con la que vas a pasar toda la vida, pasa factura, porque amiga, a veces aparecen las dudas.  Y es que cuando conoces lo que hay fuera, sabes valorar mucho más con lo que te quedas.

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Es cierto que a veces el amor te llega cuando eres joven, y si la cosa fluye, ¿qué haces? ¿Lo dejas? No, claro que no, la vida de cada persona es distinta, y si a ti te ha ido bien de esa manera, no tienes motivos para preguntarte si podría haber sido mejor de otra forma. La cuestión es que muchas veces idealizamos tanto ese amor para toda la vida que alargamos relaciones por miedo a arriesgarnos a lo diferente, o creamos una dependencia existencial hacia los hombres, enlazando noviazgo con noviazgo, sin que a veces estos tengan mucho sentido.

Soy escritora, o al menos, eso intento. Y cuando me enfrento a un folio un blanco, al final, por pura inercia, lo acabo rellenando de mis propias vivencias (un poco maquilladas, eso es cierto, porque de imaginación también se vive). Las palabras aparecen solas, y de alguna forma reflejan cosas que por algún motivo me han marcado, para bien y para mal, los momentos de euforia y los de depresión profunda. Los hombres tóxicos, el tío que resultó que tenían novia, los amores no correspondidos, el amigo que pensabas que era algo más pero que no lo era, el que ibas a ver los sábados al bar pero que el lunes no te llamaba, el que te hizo enloquecer, y simplemente te dejo a solas con tu locura. Si mi vida hubiera sido una balsa de agua, no tendría nada que escribir, nada que aportar, nada de lo que haber aprendido. Si no hubiera besado muchos sapos, no sería la persona que soy hoy, porque no habría aprendido de las desilusiones ni habría tenido nuevos motivos por los que ilusionarme.

Os contaré un secreto. Esa persona especial, al final, el día en que dejas de buscarla, simplemente llega. Quizás no para toda la vida, pero sí para un largo periodo de vuestra existencia. Entonces, te darás cuenta, de que ahora que tienes eso que ansiabas, tienes además la suerte de no echar nada de menos, de no tener asuntos pendientes.  Incluso, tendrás una mayor capacidad comparativa  en cuanto a las personas, y en cuanto a los sentimientos (vale, y sí, también en cuanto al sexo). Porque de los errores se aprende, y a base de tropiezos, una empieza a distinguir lo que es solo pasión de lo que es algo más emocional, de lo que es un compañero, a lo que es dependencia, de lo que es un amor, a lo que es solo una obsesión. A base de besar sapos, una acaba por saber lo que vale la pena y lo que no,  y encima, sin que te pueden quitar lo ‘bailao’, y eso, créeme, es de todo, menos una pérdida de tiempo. Por eso, si acabas de besar un sapo, no te angusties, y disfruta, que hay algunos, que al menos manejan muy bien la lengua.

Silvia C. Carpallo, autora del libro “El orgasmo de mi vida”