Una muy buena amiga me dijo una vez que en el proceso de tonteo/ligoteo llega un momento de tensión en el que hay que poner las cartas sobre la mesa. A este momento ella lo denominó como “caga o sal del váter”. Esto viene a ser, o aquí alguien se lanza o se deja de marear la perdiz.

Viendo la definición, así tal cual, podéis pensar que es un momento puntual. Pues no señoras, este estado de indecisión puede estirarse y estirarse como un puñetero chicle. Os aclaro, esto no trata sobre tener miedo a actuar, esperar que la otra persona sea quien marque el ritmo de la “relación”, ni mucho menos de actuar como damiselas en apuros incapaces de decirle al guapetón de turno lo mucho que nos gusta. Guarda más relación con esas pequeñas cosas que te animan a seguir sacrificando alguna horita de sueño por seguir hablando con él o ese gesto que te indica que AHÍ está ocurriendo algo.

Dicho de una manera más fina, caga o sal del váter viene a ser: “Dame una pista so pedazo de merluzo para que yo me entere de si tengo que seguir aquí o pasar a otra cosa mariposa”. Pero la pista/gesto/señal divina nunca llega y tú ya has agotado las indirectas y los carteles de neón, para colmo no sabes código Morse y lo de las señales de humo tampoco es lo tuyo. Vamos, que has hecho lo que has podido y que le toca a la otra persona colaborar con todo el asunto del váter, porque aquí hacer popó es una cosa de dos.

Lo peor de toda esta situación de “ni sí ni no” es que, al igual que cuando estás estreñida, tiendes a no rendirte: “Un ratito más por si acaso”, “lo mismo con otro supositorio fluye el asunto” o “un apretón más que creo que lo consigo”. Porque en nuestra cabeza siguen pasando como si de un disco rayado se tratara expresiones como estas (por supuesto, adaptadas al noble arte del ligoteo y dejando los temas escatológicos a un lado), y claro, el rendirse duele. Pero hacedme caso, más duele pasarse media vida sentada en un váter sin ver los resultados.

Porque cuando esta situación de no cagar y seguir en el váter se alarga ocurre algo lógico: te estresas, te acuerdas de todo el árbol genealógico del susodicho (que bien pensado, ni culpa tienen los pobres), buscas páginas de adopción de gatos y haces un maratón de Bridget Jones (lo sé, típico, pero eficaz).

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Pero, llega ese momento en el que tras mucho reflexionar en el váter y darte cuenta de la marca que te va a dejar la taza, finalmente, (¡ALELUYA HERMANOS!) decides que lo de no cagar te va a costar una enfermedad, que tu precioso culo va a quedar deformado para siempre y que mejor  abandonar el váter un rato y buscar otro baño en el que las cosas puedan fluir de manera más natural.

Porque, queridas amigas,  con el estreñimiento (físico) ya lo pasamos bastante mal, ¿qué necesidad hay de sufrirlo también a nivel sentimental?

 AUTOR: Leiriul