El despertar sexual de la adolescencia es duro, pero sobre todo para las chicas. Recuerdo esos años con nostalgia y con miedo. Con miedo de ahora, con ojos de madre, todo lo que me pudo haber pasado y por poco, no pasó.

Estoy convencida de que la adolescencia es la edad en la que más expuestas estamos sexualmente y al mismo tiempo menos protegidas. Mientras estás deseando que llegue el primer beso, mientras experimentas tus primeros deseos y fantaseas con lo que es el amor, a tu alrededor los hombres comienzan a ver tu afloramiento, con unas consecuencias que todavía desconoces.

Mis peores experiencias relacionadas con el sexo opuesto sucedieron en plena adolescencia. Cuando aún era virgen y ni siquiera había dado mi primer beso. A raíz de el viral de “Querido papá, me van a llamar puta” me he acordado de todas esas primeras veces en las que me sentí agredida y no supe cómo gestionar las pollas.

La primera vez que vi una polla en directo debía de tener 12 años y todavía jugaba con muñecas. Era por la mañana, salía de la biblioteca y cruzaba un parque a plena luz del día. Vivía en una pequeña ciudad de provincias donde nunca pasa nada. Pues ese día un chaval que no había visto en mi vida, empezó a seguirme por el parque. Cada vez se iba acercando más y más. Yo empecé a acojonarme un poco, pero estaba rodeada de padres con sus hijos y de abuelos jugando a la petanca, nada que temer. Pues de repente, sin darme ni cuenta, me acorraló, me tocó las tetas y me enseñó la polla en todo su esplendor, acompañado de algún comentario asqueroso. Así sin más. Exhibicionismo en estado puro. Me quedé paralizada.

Mis años de instituto pasaron sin pena ni gloria. En aquella época los tíos me interesaban, pero no demasiado. Pasé todo el instituto sin enrollarme con nadie, sin besar a nadie, sin dejar que nadie me abrazara.

En la universidad las pollas volvieron. En el metro, cuando había mucha aglomeración, notaba pollas de señores que se rozaban por la espalda como quien no quiere la cosa. Cuando salíamos del Colegio Mayor era habitual que algún exhibicionista se pusiera en la parada del autobús a regalarnos su polla. Nosotras lo ignorábamos, siempre lo ignorábamos. Girábamos la cabeza y seguíamos con nuestra vida.

Llegó el verano, las fiestas de un pueblo y la primera vez que besé a un chico. Había bebido y una cosa llevó a la otra. Tenía 19 años y era la primera vez que besaba a alguien. Aquel chico del que no recuerdo ni su cara ni su nombre, me llevó a su coche y empezó a meterme mano. Era la primera vez que besaba a alguien, no sabía como gestionarlo, no sabía lo que era normal. Y por su puesto, tampoco sabía cómo gestionar su polla; que sacó, me enseñó y me animó a tocarla. Lo hice con desgana, sin saber qué hacer.

El curso siguiente empecé de nuevo la universidad. Las fiestas de turno y un chico mono en el que me fijé. El se fijó en mi y estuvimos hablando en grupo toda la noche, con alcohol de por medio. Al final de la noche nos quedamos solos y nos besamos. Yo no quise nada más, recuerdo dejarlo claro. El susodicho se enfadó conmigo y me llamó calientapollas. Me obligó a hacerle una paja hasta que se corrió contra una pared. Me largué corriendo, asustada, con mucho miedo. Era la segunda vez que besaba a alguien en mi vida, la segunda vez que me sentía obligada a tocar una polla y la primera vez que veía a alguien correrse.

Estas fueron mis primeras experiencias con la sexo opuesto. Las primeras veces que tuve que enfrentarme ante pollas de tíos y no supe cómo gestionarlas.

Después de esto aprendí. Aprendí a base de hostias y a base de pollas. Y nunca me ha vuelto a ocurrir nada parecido.

Pero es tremendamente triste y tremendamente injusto que las chicas, por el mero de ser mujeres, tengamos que aprender a gestionar pollas de una manera tan agresiva, en unas edades donde la inocencia rezuma por nuestras venas.

Vosotras ¿cómo aprendisteis a gestionar las pollas?

Firmado. Lolita de pueblo