Por una serie de motivos que son irrelevantes en esta historia, yo nunca había comprado un vibrador.

Pero después de una laaaaarga relación me ha llegado la soltería, y otra cosa no, pero cuando te pasas mucho tiempo sin pareja, llegas a conocerte muy bien a ti misma (sí, estoy hablando de eso), y llegó un momento que quise innovar en mi repertorio de amor propio. Así que después de pensarlo friamente (o en caliente quizá), me dije, “eres una mujer hecha y derecha, y vas a ir a comprarte un vibrador.

Lo primero la logística, que estas cosas no se pueden hacer a lo loco. Me metí en internet, y busqué tiendas eróticas en mi ciudad, miré algunos modelos por la web, y me reafirmé en mi intención de comprar uno. ¡Si es que hasta los hay de mi color favorito!

Llegó el dia D (de dildo), respiré hondo, salí de casa con una mochila bien grande, pasé por el cajero a sacar efectivo y me dirigí a la tienda que está convenientemente situada en un pasillo estrecho en los bajos de un edificio, sin escaparate a la zona peatonal. Todo muy elegante y clandestino. Sólo me faltaban la gabardina y las gafas de sol.

Que vamos a ver, una es una mujer hecha y derecha, pero  “¡ ay qué vergüencita!”  “A ver si me encuentro a alguien en el camino de vuelta”, o “a ver si me aparece en el extracto de la cuenta una compra en tiendaeroticadetuciudad y la próxima vez que vaya a mi oficina bancaria me miran así de aquella manera”. “Y todavía tengo que pensar dónde guardarlo por si tenga visita, como mi madre lo encuentre a ver cómo le explico, sin morir de la vergüenza que yo, que soy más lesbiana que Xena la princesa bollera, me he comprado un dildo”.

Pero, dejemos a un lado este momento dudas, y volvamos a la mujer resuelta a comprarse una picha de plástico con la que experimentar en momentos de soledad.

Sabía a lo que iba así que entré a la tienda, saludé a la dependienta (que estaba atendiendo a otra persona) y me dirigí al expositor donde estaban los distintos modelos, descarté con una mueca de asco los excesivamente realistas (cada una con sus gustos) y reduje la duda entre dos modelos. Leí las cajas, sopesé precio, tamaño, características…. tomé uno y volví al mostrador. Simple y rápido. Mi idea era: pagar, guardarlo en la mochila y salir sin más aspavientos. No pretendía  salir con cara de culpable o de llevar contrabando porque masturbarse no tiene nada de malo ni de raro, y no daña a nadie, pero tampoco ir con la cabeza bien alta aclamando “miradme, he comprado un vibrador y pienso usarlo, me doy placer y no me avergüenzo porque soy una mujer moderna, dueña de mi vida y de mis orgasmos.” La clave está en la naturalidad.

Y ahí es donde la hemos liado, porque mi sorpresa llegó cuando me di cuenta que la dependienta estaba más apurada que yo. Que tiene ovarios trabajar en un sex shop y que te de vergüenza vender un vibrador, a una persona que ni ha hecho preguntas incómodas, ni está en corrillo haciendo bromas subidas de tono.

El único objetivo de este post es contar la secuencia que se produjo, porque yo nunca había comprado un vibrador, pero estoy casi segura de que lo de esta mujer no es normal.

La dependienta,  diligentemente pasó el código de barras por el escaner, me dijo el precio, me cobró y entregó el cambio, y acto seguido dijo, “vamos a probar si funciona.” (Todo muy eficiente).

Yo hice un gesto de asentimiento sin más, pero ella siguió con las explicaciones que no le había pedido “claro, es que como esto se considera un artículo higiénico, no se admiten cambios después”  no me quedó más remedio, que darle la razón, aunque fuera con una frase hecha, y es que no soy de esas personas que traba conversación con personas desconocidas.

Para la comprobación, sacó un paquete de guantes de plaśtico (de los de coger verduras en el súper), y se puso UNO. A continuación, se peleó con la caja, para abrirla, e incluso me pidó a mi que probara a ver si yo podía sacar la solapa (claro, con mis grandes uñas de lesbiana). Con esfuerzo (diría yo que debido a su nerviosismo), consiguió abrirla y sacó el susodicho artefacto que venía vertical, encajado uno de sus extremos en una base de cartón, a modo de peana. Ignorando el manual de instrucciones (como corresponde) accedió a la tapa para ponerle pilas (no incluidas). Cogiendo el extremo “que se introduce” con la mano SIN guante, empezó a pelear usando la mano CON guante con el compartimento de las pilas. Esta disposición de las manos me confirmó que la pobre no daba pie con bola, porque yo nunca había comprado un vibrador, pero la lógica me sugiere que si es un aparato nuevo y no te tienes que proteger tú, entonces los guantes serían para no estar sobando MI vibrador con TUS manos sucias, pero oigan, la dependienta es ella, no iba a decirle cómo hacer su trabajo.

Una vez que consiguió abrirlo, y en un alarde de sabiduría universal, puso las dos pilas en el mismo sentido, y de nuevo se peleó para cerrarlo. “Es que claro como son waterproof, el cierre es de seguridad y es un poco complicado”. Cerró, accionó el botón y no funcionaba.

Con una frustración evidente, pero sin perder la esperanza de completar su gesta, volvió a forcejear para sacar las pilas, y a mirar con detenimiento el aparato, a ver si en algún sitio indicaba el sentido de las mismas. Para mi alivio, encontró una marca diminuta, colocó las pilas bien, lo cerró y lo volvió a accionar. Todo esto bajo mi atenta mirada en silencio.

Ahí, con un pequeño brillo de triunfo en su mirada, me lo ofreció para que yo comprobara que vibraba. Hecha la comprobación, me ofreció “si quieres te dejo las pilas” – yo le dí las gracias pensando “así se ahorra otra pelea con el cierre waterproof y yo ir al super a por un paquete” y esperando que con esto terminase la comprobación, y así poder salir de allí de una vez.  Acto seguido, sacó las pilas del aparato (¿pero no iba a dejarlas?) y me preguntó si quería que las pusiera en la bolsa.  – “Vale, gracias.”

Pero no acaba ahí la cosa. -“¿Es un regalo?”* Me preguntó. Yo que nunca he sido muy de mentir le dije, en un tono sereno “No”. Siguiendo una lógica que se me escapa, tras mi respuesta puso TODO su esfuerzo en dejarlo exactamente como estaba al desempaquetarlo, no sin antes, colocarlo al revés en la base, después ponerlo al derecho pero en un ángulo que no entraba en la caja, e intentar meterlo de todas maneras haciéndolo girar, con su mano SIN guante, sobre su eje longitudinal. Claro a todas estas, yo ya estaba pensando, “mujer, mételo en una bolsa de plástico y acaba con esta agonía ya, que te he dicho que NO es para regalo” . Pero bueno, la dependienta es ella, y no iba a decirle cómo hacer su trabajo.

Cuando finalmente la caja quedó cerrada (con el manual de instrucciones y las pilas por fuera), y yo la miraba fijamente como intentando transmitir el mensaje telepático “dámelo ya, que lo meto en la mochila y huyo de aquí”, se empeñó en darme una bolsa. Bolsa que en aras de la discreción era negra y sin logotipos, pero taaan grande que podría meter todos los lubricantes del expositor en ella. “Es que sólo me quedan grandes”. En este punto ya sentía penita por ella. ¡Qué apuro estaba pasando por mi culpa, que tengo la mala idea de comprar un vibrador en una tienda erótica.!

Cogí esa bolsa gigante que no cabía en mi mochila, di las buenas tardes y salí pensando, mierda ahora necesito algo para lavarlo y lubricante, dudé si dar la vuelta y entrar de nuevo en la tienda, pero visto lo visto, creo que mejor me voy al hiper, que allí las cajeras te ignoran mucho mejor.

*Yo pienso que la pregunta adecuada sería “¿te lo pongo para regalo?”, porque ahí si dices que no siempre queda el margen de la duda de si es que tú quieres preparar el envoltorio, o es realmente para uso personal. Pero vamos que una mujer hecha y derecha, y resulta a comprarse un vibrador no se debe inmutar por esas sutilezas. ¿no?.

Autor: La Exorsister Profeta de Transilmonio