¿Por qué, Satanás, no me diste el don de ligar cuando quiera y con quien quiera? ¿Por qué me hiciste tan estúpida? ¿Por qué todas mis oportunidades se ven reducidas en los vasos de un cubata un sábado por la noche cualquiera?

Esta vez no fue así.

Pongámonos en situación.

Miércoles. Cuatro de la tarde. Cerradura atascada, llamo a la aseguradora y el técnico aparece para solucionarme la vida. Mientras llega, mi mente ha preparado una imagen de un señor cincuentón, pero a veces la vida te da sorpresas, soooorpresas te da la vida. Y aparece frente a mí el David de Miguel Ángel. Oh, dioses del Olimpo. Gracias, porque no es que se haya sido amable con su sonrisa, cara, cuerpo, manos; es que en este caso la naturaleza ha sido derrochadora.

giphy

Yo me pongo en modo seta: esperar a que él haga su trabajo, pagarle y a otra cosa, que él seguro que tiene una vida y no estoy yo en ella. Pues no. Es amable, más de lo que se podría esperar, incluso. Le ofrezco café, té, agua; pero dice estar bien. ¡Ya lo creo! Mientras arregla el problema, yo intento no pensar en las escenas porno en las que el fontanero no pierde un segundo de su tiempo con la señorita que le recibe en tanga. Intento no imaginarme abalanzándome sobre él, montándomelo con ese ser perfecto en el suelo, en la cocina, en el sofá… Intento no fijarme en sus hombros y tampoco en ese trasero tan mono que le hacen esos pantalones del uniforme. En serio, ¿cómo es que le queda tan bien esa ropa?

Y mientras trato de no pensar y de que no se me note lo descarada que estoy siendo haciéndole radiografías corporales, él me deja sin sentido cuando comienza a darme conversación. ¿Esas vaciladas que suelta por la boca, tan inocentes y sutiles, son para mí? Le contesto, vuelve a vacilar. ¿Está ligando?, pienso. Anda, boba, ¿cómo va a hacer eso semejante ser con alguien como tú?, me digo. Pero sí, parece que quiere llamar mi atención. Lo ha conseguido hace rato, pero ahora me pica la curiosidad su mente, así que le sigo el juego. Vacilo yo y, como he aprendido a hacerlo con gracia, se va poniendo rojo. Parece que sí, que nos atraemos. Seguimos con el tonteo hasta que él anuncia que ha acabado y que tiene que marcharse. Me acerco a la puerta, hablamos algo más, es buen momento para decir algo que nos obligue a mantener contacto, a dar un teléfono, a decir un local por el que suelo ir; parece que él espera algo a juzgar por el silencio que se crea en el rellano y no se me ocurre nada más que dar las gracias y cerrar la puerta.

giphy (1)

He visto su decepción en la cara, me tiembla el cuerpo, me bombea la sangre a una velocidad insospechada, quiero verle, quiero hablar más con él. Lo que empezó siendo solo atracción sexual, se ha convertido en un interés generalizado. Pero no. No he sido capaz. ¿Por qué me boicoteo? ¿Por qué pienso que un hombre así no puede fijarse en mí?

Prometo que trabajo a diario conmigo, que sé que tengo mucho más que ofrecer al mundo que lo que dictan mis caderas, que puedo gustar y gusto. Me lo digo. Me lo han dicho. Pero, ¡ay! No todos los días se levanta una con la misma seguridad. Será cuestión de seguir trabajando, de levantarse a diario con la sonrisa puesta, con la firme convicción de que somos lo que queremos ser y que nadie nos puede vender otra moto que la que nosotras queramos. Lo único bueno que saco de esto es que después de varios meses de sequía por dejar una relación atrás, por fin me interesa otro chico que no sea el del pasado. Y creedme, ya es un pequeño gran paso.

Autor: Ana P Salvatierra