Empiezo a estar muy agotada con todo esto, un día más así y no sé cómo responderé…‘ desabrochaba aquella horrible blusa azul sin ni siquiera haberme quitado todavía los guantes que llevaba puestos hacía más de cinco horas. Andrea, que me daba la espalda, no respondía. Tan solo escuchaba una vez más mis lamentos ante la situación.

Ella no era mujer de muchas palabras, quizá por eso siempre decía que una de sus mayores virtudes era la de saber escuchar mejor que nadie. Tan solo había dicho que le dolía muchísimo la espalda y que todo aquello era una pesadilla.

Hoy lo he contado, hace ya más de un mes que llevé a Adrián con mi madre, más de un mes sin verle‘. Las lágrimas se amontonaron en mis ojos mientras un inmenso nudo apretaba mi garganta. Adrián cumpliría cuatro años en casa de mis padres mientras yo, su madre, sola en nuestro pequeño apartamento, tendría que hacer de tripas corazón conformándome con una videollamada más.

Me había acostumbrado a ser esa madre sola. De hecho desde que Adrián era simplemente un pequeño feto creciendo en mi interior, lo había sido. Su padre jamás lo intentó siquiera y con ello nos acostumbramos a vivir. Siendo felices, queriéndonos muchísimo y apoyándonos siempre en el resto de la familia.

Aun así aquella pandemia se había convertido en el drama que nadie se esperaba. Sabía lo que se me venía encima cuando nuestro supervisor en el supermercado nos había avisado de que éramos sumamente imprescindibles. Adiós descansos, adiós vacaciones o días libres prometidos. Allí había que arrimar el hombro y vamos si lo hicimos. Los primeros días fueron si cabe los peores, esos aluviones de gente, esos carros repletos de productos… Parecía que el mundo se fuese a terminar al día siguiente. Y aunque no fue así, en aquella tienda perduraba siempre ese sentimiento de miedo. Los saludos cordiales y las risas se tornaron en miradas de desconfianza, la amabilidad en prisas y nuestra paciencia, esa debía mantenerse alerta por mucho que nos costara.

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Lo de tomarnos la temperatura cada mañana era casi un mantra. Así nos lo habían solicitado desde la dirección de la empresa y en la plantilla no había ni uno que se olvidase de pasar por el termómetro nada más abrir los ojos. Había pasado una noche complicada, de esas en las que los malos sueños y el dolor de cabeza se dan la mano para no dejarte descansar. Todavía estábamos a mitad de semana y todo se estaba haciendo muy cuesta arriba.

Llevaba ya un rato con el termómetro en la axila y el pitido todavía no había sonado. Esperé sentada pensando en desayunar un ibuprofeno, me explotaba la cabeza, no tenía buen cuerpo. Mientras intentaba estirar el cuello escuché aquel sonido que indicaba que algo no iba bien. Los termómetros inteligentes, esos que dan la alarma antes incluso de que veas la cifra en su pantalla. 38.3º, era normal que no me encontrase bien. No era una fiebre muy alta pero sí la suficiente como para ponerme muy nerviosa, ¿qué era lo que estaba pasando?

Llamadas de teléfono, avisos al centro de trabajo, un par de mensajes de mi madre asustadísima por lo que me estaría pasando. Y yo allí sola, sintiéndome cada vez más débil, observando cómo mis fuerzas se iban por la ventana.

Coronavirus

Mi test dio positivo en Covid-19 dos días más tarde. Cuando la tos ya apenas me dejaba hablar en condiciones y la fiebre iba y venía volviéndome loca. La cabeza, no soportaba aquel dolor de cabeza que ni el paracetamol conseguía paliar.

Aquella noche me tumbé en la cama, agotada. La respiración comenzaba a fallarme y en cuestión de segundos vi pasar mi vida ante mis ojos. Pensaba en dejarme ir y entonces regresaba a mí la imagen de mi pequeño Adrián. No podía derrotarme de aquella manera, no ahora, no después de haber luchado tanto por salir adelante juntos. Tomé mi teléfono y con un hilo de voz llamé a emergencias, me ahogaba.

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Cuando abrí los ojos sentí tranquilidad a pesar del sonido repetido de un pequeño monitor junto a mi cama. Intenté tomar aire, un poco asustada ante el miedo a no poder hacerlo pero el oxígeno que me habían puesto lo estaba haciendo mucho más fácil. Observé a mi lado a una mujer mayor que leía tranquila el ‘Hola’ mientras tarareaba alguna canción. La tos volvió a mí rompiendo aquel momento de paz.

Ay muchacha, ¿cómo estás? Anoche cuando te trajeron estabas muy malita pero dijeron que fue solo un susto…‘ Me recordaba a mi abuela, en su forma cariñosa de hablarme, en su mirada llena de verdad.

No recuerdo demasiado, no conseguía respirar, pero estoy mucho mejor ¿usted cómo se encuentra?‘ Comencé a buscar a mi alrededor intentando localizar mi teléfono móvil, necesitaba hablar con mi madre cuanto antes.

Yo ya llevo aquí muchos días, esperando terminar con este bicho inmundo de una maldita vez. No pudo conmigo una dictadura va a poder esto, ¡ni en broma!

Le regalé una sonrisa que las dos compartimos animadas. ¿Cuántos años tendría? ¿Ochenta y pico? Y allí estaba, llevando con humor una infección que estaba sesgando las vidas de miles de personas. Como no adorar a nuestros mayores, si nos dan lecciones de vida una tras otra.

En medio de nuestra conversación una persona enfundada en un plástico que le cubría todo el cuerpo entró en la habitación. Mascarilla, gafas, guantes… Cualquier medida de seguridad era poca para atender aquella planta atestada de gente. Mi vecina celebró sorprendentemente su llegada colmando a aquel hombre con piropos y buenas palabras.

¡Ay aquí viene mi enfermero favorito! ¿Te has echado ya novia?‘ Así, sin medias tintas, sin rodeos.

Tras su saludo se centró en manipular la medicación que pendía al lado de mi compañera, sin dejar de sonreír y mientras le preguntaba qué tal había amanecido aquella mañana.

Pues de maravilla hombre, además tengo vecina nueva así que encantada…

A eso mismo iba ahora‘ comentó aquel enfermero mientras se acercaba hacia mi cama. En sus ojos se atisbaba una sonrisa que la mascarilla no me permitía ver. ‘¿Cómo estás? ¿Te duele algo, necesitas cualquier cosa?

Aquella mirada tras las gafas fue lo más sincero que he observado en mucho tiempo, al menos viniendo de alguien desconocido. Unos ojos color avellana, almendrados, preciosos.

Estoy mucho mejor, menudo susto anoche…

Sí, yo estaba aquí cuando entraste y doy fe de ello. Pero lo importante es que estás mucho mejor. Te recomiendo toda la paciencia del mundo, y ante cualquier cosa nos das un toquecito. Doña Amelia es ya una experta.‘ Giró para hacerle un gesto de aprobación a mi compañera, que le guiñó el ojo coqueta.

Ay hija, lo bien que te atendió el bueno de David ayer por la noche. No te enterabas pero aquí no pegó ojo seguro.

Bueno Doña Amelia, es nuestro trabajo y lo que tenemos que hacer, ni más ni menos…

Yo te doy las gracias igualmente, a ti y a todos los que me salvasteis porque creí que me moría.‘ Añadí emocionada recordando el horrible rato que había pasado la otra noche sobre mi cama.

No tienes porque darlas, pero gracias. Soy David, y ya sé por tu informe que tú eres Ana. Encantado.‘ Saludó manteniendo una distancia prudencial.

Sí sí tu trabajo, pues a mí no te me presentaste con tanto gusto…‘ Volvió a sonreír burlona Doña Amelia haciendo que ojeaba de nuevo la revista.

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Los días pasaban en ocasiones lentos, y en otras no tanto. Casi acompasados por el ajetreo que se vivía a cada segundo en aquella planta. Pitidos de máquinas que nos despertaban en plena noche, personal que corría por los pasillos, ataques de tos interminables… Doña Amelia y yo llevábamos más de siete días compartiendo aquella habitación.

Había tenido un par de jornadas de auténtica crisis. La fiebre parecía no querer remitir y mi cuerpo dolorido tan solo quería cerrar los ojos y descansar. La medicación me regalaba momentos de fuerzas que después se disipaban para volver a dejarme caer. Aquella señora me miraba con pena y, alguna vez, también apretaba el botón de ayuda reclamando que yo no podía estar pasándolo tan mal.

Hospital

Enfermeros, médicos y auxiliares se partían el cuerpo ante la mínima petición. Con cariño y con mucho ánimo. Con palabras de aliento que reconfortaran cada mal momento. Respetaban nuestra desgana pero volvían tiempo después para reclamarnos el no tirar la toalla. Allí todos queríamos ver la luz pero vivíamos en un día de la marmota constante, en el que un virus quería ganarnos la batalla.

David se acercaba a nuestra habitación en cada inicio de turno. Me miraba serio como intentando descubrir sin apenas tocarme cómo pasaría yo el día. Después me tomaba la temperatura y me regalaba una vez más una de esas sonrisas escondidas.

Ánimo, Ana.‘ Decía casi en un susurro pero yo no tenía fuerzas para responder.

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El miedo a volver a sentirme como un trapo viejo continuaba presente pero a cada segundo más lejano. El coronavirus seguía en mi cuerpo pero mi sistema inmune estaba haciendo su trabajo y yo misma recuperaba las fuerzas que hacía tantos días había perdido.

Daba la impresión de que en aquella habitación entraba más sol, nos apetecía hablar muchísimo más, mis oídos ya se habían acostumbrado a cada unos de los miles de sonidos que adornaban aquella planta.

Mañana es el cumpleaños de mi hijo Adrián, cumple cuatro añitos…‘ David reorganizaba mi medicación mientras Doña Amelia veía ensimismada a Jorge Javier y a Belén Esteban en la televisión.

Vaya… pero bueno lo pasará con tu pareja imagino, ¿no?

Está con mis padres, lleva con ellos desde que empezó el estado de alarma.‘ Volví a pensar en mi pequeño una vez más y las ganas de llorar se despertaron de nuevo, para variar.

Piensa en que cada día es uno menos para volver a abrazarlo. Vas a ser su heroína, ¡la mamá que le ganó al coronavirus!‘ Hizo un gesto de fuerza que me hizo reír.

¿Los sanitarios también vivís alejados de vuestras familias por culpa de todo esto?

En mi caso llevo viviendo solo desde que conseguí la plaza, pero tengo compañeras y compañeros que están igual que tú y comprendo lo duro que es. Este bicho nos ha roto los esquemas totalmente pero yo intento ser positivo y sé que la inmensa mayoría estamos demostrando todo de lo que somos capaces. Tenemos que quedarnos con eso, ¿no?‘ Pude sentir un atisbo de emoción en sus ojos, que de pronto brillaban mucho más de lo normal. Levanté mi mano de la cama y casi como instintivamente la posé sobre la suya. Lo miré sincera y solo fui capaz de terminar aquella conversación con un ‘gracias‘ casi sordo. David me guiñó un ojo y se volvió hacia Doña Amelia para bromear e increparla por ver ese tipo de programas de televisión.

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Decía aquella sabia mujer que negar la evidencia era pecado. Lo decía, claro, después de haber soltado un millón de barbaridades y jaculatorias que me hacían reír lo que no estaba escrito. Doña Amelia estaba a punto de recibir el alta, al fin no había rastro de coronavirus en su cuerpo. A sus casi 87 años le había ganado, como ella decía. Y ya no solo eso, sino que durante todos aquellos días nos había amenizado la estancia sin ella siquiera darse cuenta.

Chiquilla, David te mira a ti que yo lo sé, y ese chico es un amor. A mí porque ya me pilla en una época complicadilla, pero iba a tener yo tu edad ¡se iba a enterar!

Se había venido arriba con las buenas noticias y parecía no querer dejar ningún cabo suelto antes de volver a casa junto a su marido. Llevaba ya tres días rondándome con la idea de que David y yo tonteábamos y ante mis negativas ella no dejaba títere con cabeza.

Por supuesto que no, por eso él se pasa los pocos descansos que tiene revisando tu medicación. ¡Pero muchacha! ¡Que yo soy perra vieja!

Claro que era cierto que de todo el personal sanitario que me atendía a diario, ver entrar a David en la habitación me hacía sentir un alivio reconfortante. Era un profesional como la copa de un pino, y además un hombre atento y simpático como pocos. Nos habíamos contado a ratos nuestras respectivas vidas y para mí observar aquellos ojos achinados tras las aparatosas gafas era un poco como estar en casa.

Era apenas dos años mayor que yo, extremeño e hijo de ganaderos. Madrid lo había atrapado tras terminar la carrera de enfermería y desde entonces vivía como podía entre turnos interminables y un alquiler que se podía permitir a duras penas. Había tenido alguna novia puntual que al final no había cuajado del todo. ‘Es que soy un friki redomado, debajo de este pijama llevo una camiseta de Star Trek‘, me había soltado un buen día.

Vale Doña Amelia, tablas. David y yo nos llevamos especialmente bien, pero sin más, ¿le parece?‘ Mientras intentaba llegar a un acuerdo con aquella adorable mujer observé en la puerta a alguien acercándose. Sabíamos que David no trabajaría aquel turno y de ahí nuestra sorpresa.

¡Válgame el cielo, hijo! ¿Pero es que hasta en tus libranzas vienes al hospital?‘ El grito de Doña Amelia seguro que se escuchó en toda la planta.

Enfermero coronavirus

David vestía como de costumbre y con un gesto cariñoso pidió a mi vecina que guardase silencio. Yo no entendía en absoluto lo que estaba sucediendo en aquella habitación, tan solo veía que aquel enfermero se acercaba a mi cama achinando una vez más los ojos.

Les pedí a mis compañeras que esperasen a que yo estuviera para dártelo, pero me parecía cruel hacerte pasar todo un día sin verlo…

Me tendió un sobre lo bastante grande para que en su interior cupiese una cartulina tamaño folio. Lo observé nerviosa y en una de sus caras pude leer mi nombre escrito con la caligrafía infantil y adorable de mi pequeño Adrián.

No me lo puedo creer…

Al abrirlo, un precioso póster con una fotografía de mis padres junto a él, todo adornado alrededor de dibujos y bolitas de papel pegado formando serpentinas. Se podía leer un ‘te quiero mamá‘, un ‘ponte buena pronto‘, ‘gánale a ese bicho‘. No lo pude contener y empecé a llorar expulsando de golpe toda la tensión y miedos que había acumulado todos aquellos días. Durante unos minutos sentí la mano de David acariciándome la espalda con cariño mientras escuchaba a Doña Amelia repitiendo sin cesar que era normal que llorase, que aquel detalle no tenía precio.

Madre mía, gracias, no sabes cuánto te lo agradezco.

Bueno, no me cuelgues a mí todas las medallas, ha sido cosa mía y del resto de enfermeras. Hace unos días llamaron tus padres preguntando cómo estabas y se nos ocurrió proponerles que tu hijo hiciera algo. Les pareció una gran idea y esta misma mañana me llamaron para avisarme de que ya había llegado.

Y viniste en tu día libre para dármelo…‘ No podía dejar de mirarlo, estaba emocionado.

Pues… algo así, sí…‘ Y ahora también algo nervioso.

A mí llamadme metiche, pero negar la evidencia sigue siendo pecado.‘ Sentenció Doña Amelia sin darnos opción a réplica.

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Pasó algo más de una semana hasta que uno de los médicos pudo decirme triunfal que al fin regresaba a mi casa. No olvidaré esa estampa en lo que me queda de vida. Su gesto serio pero feliz a la vez, Margot, otra de las enfermeras, abanicando los brazos en señal de victoria y por supuesto David, que aplaudía sin dejar de mirarme ni un segundo.

En una ratito te traeremos el alta, deberás estar unos días en cuarentena sola en casa pero todo apunta a que no hay rastro de Covid en tu cuerpo. Enhorabuena.‘ El doctor salió de la habitación seguido de Margot. Giré para mirar a David, que permanecía inmóvil al lado de mi cama.

No me lo puedo creer, ¡al fin!

Es la parte bonita de toda esta historia, cada paciente curado es una batalla ganada, ¿lo ves?‘ Sentí a un David diferente, temeroso de algo que no conseguía descifrar.

Claro que lo veo, sois unos héroes, cada uno de los profesionales que estáis aquí día a día…

¿Y ahora?‘ Preguntó de pronto David dejándome totalmente desubicada.

Pues ahora me iré a casa, a cumplir mi cuarentena, y en cuanto pueda abrazaré a mi hijo hasta que me mande a la mierda por ser una madre pesada.‘ La simple imagen mental de aquel momento me emocionó por completo.

Claro que sí. Sabes que si necesitas lo que sea aquí estamos, bueno, aquí estoy. Bueno, y el hospital, y los médicos. Vamos, todos.‘ Las palabras de David se habían convertido en un trabalenguas nervioso incomprensible.

¿Sabes una cosa? Me he preguntado muchísimas veces cómo serás sin toda esa protección encima.‘ Dije esperando romper un poco el hielo.

Muy feo, ya te lo digo. Pero soy buena gente.‘ Respondió él en tono burlón.

Bueno, permíteme que sea yo la que decida si eres feo, aunque ya te digo que te voy a llevar la contraria. Y cambiando de tema, ¿sabes cómo se puede conseguir el número de teléfono de uno de los mejores enfermeros de este hospital?

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No era en absoluto feo, aunque sí que tuve que darle la razón en eso de ser buena gente. A eso era imposible ganarle. Digamos que mi cuarentena en casa estuvo marcada por muchas llamadas a mis padres y mi hijo, y a más de una y de dos citas virtuales con David. Un friki redomado, sí, y también el hombre que supo devolverme la alegría en medio del estado de alarma.

Sucumbí a sus encantos y a sus propuestas virtuales de cena con vino, ver una película a la vez o simplemente hablar sin parar hasta que nos cayésemos de sueño. Cumplía horarios eternos en el hospital y aun así siempre tenía un momento para preguntarme por teléfono si necesitaba algo, si todo iba bien. Quizá por eso me enamoró sin casi tener que tocarme, guardando las distancias hasta que el coronavirus nos lo permita.

Él siempre dice que todos los que pasamos por el Covid-19 somos sus héroes, en vistas de lo duro que es, de lo mal que lo puede pasar el cuerpo humano por culpa de ese virus asqueroso. Yo se lo discuto una y otra vez porque para mí los verdaderos héroes no llevan capa, sino bata blanca o pijama verde.

Mi Instagram: @albadelimon

Fotografía de portada