Yo siempre había tenido deseos poco normativos. Creo que todas los tenemos, porque los deseos no pueden ser clasificados: el placer es algo infinito cuando tu imaginación libera los sentidos del cuerpo.

Cuando eso ocurre algo cambia en ti, porque tu sexo empieza a ser más tuyo y menos de las exigencias y de los miedos y de los complejos que generan los cánones de belleza. El sexo empieza a ser una parte preciosa de ti y entonces compartirlo es una fiesta del goce.

Empecé a ver porno de pequeña pero me daba asco, demasiado falocéntrico y heteronormativo. En el porno mainstream las relaciones lésbicas están pensadas para un público masculino hetero y las masturbaciones femeninas son lo que los tíos quisieran que fueran. En fin. Después descubrí eso del “porno para mujeres”, lo que, con toda la buena intención artística de Erika Lust, me parecía bastante somnoliento, suavecito y perfumado como una compresa. ¡Qué desastre!

Perdí la virginidad a los 14 años con el chico que tenía que ser el amor de mi vida y no supe lo que era disfrutar del sexo hasta los 20 o así… Pero fue durante todo ese recorrido cuando empecé a desear la dominación y otras cosas que más tarde supe que tenían nombre: Bondage, Dominación y Sumisión, Sadomasoquismo, Spanking, y otras prácticas que incluiríamos dentro del abanico de lo Kink. Es decir, prácticas sexuales no normativas que explotan y pulen nuestros fetishes como los tesoritos más valiosos que llevamos dentro.

Encontré a la persona adecuada en el momento justo y la experimentación surgió de forma natural: ambas teníamos ganas de hacer lo que estábamos haciendo aunque quisiéramos siempre ir más lejos, y más lejos y más lejos aún. Primero fueron unos azotes en mi culito inmaculado, hasta que un día me dio una bofetada mientras me penetraba. Yo me corrí en ese mismo instante y él se asustó porque, aunque sabía del cierto que yo se lo estaba pidiendo con la mirada, no tenía mi permiso para pegarme. Después de hablarlo nos dimos cuenta que lo que deseábamos tenía un nombre y que eso nos podía ayudar, en primer lugar, a no sentirnos raras por desear lo que deseábamos y, en segundo lugar y muy importante, a aprender a practicar todo eso con seguridad.

Con el tiempo descubrí lo que quería y me convertí en una gatita sumisa, aunque siempre demasiado rebelde para mi amo. Empezamos el proceso de doma, o sea la domesticación. Es así como repartimos los roles cuando jugamos y yo dejo de ser yo para ser lo que hemos previamente acordado. Collares, pinzas, floggers, cuerdas y cera caliente, footfetish, premios y humillaciones consentidas y consensuadas entraron en mi vida y descubrí un mundo dentro de mí que cambió la percepción de mi cuerpo, de mi sexualidad.

La sumisa, aunque pueda parecer una paradoja, es la que tiene siempre el control de la situación: la palabra clave depende de ella y está en sus manos decidir cuándo el juego se termina, cuándo es necesario bajar la intensidad y provocar o no a su amo/a para recibir aún más.

A mí las prácticas BDSM me han empoderado muchísimo y me han ayudado a sentirme mejor con mi cuerpo, a sentirme más conectada conmigo misma, con el sentido del dolor y su mezcla mágica con el placer. Mantener ese tipo de relaciones sexuales me ha obligado a pensar mucho sobre mis deseos, a reconocerlos y a abrazarlos. He aprendido a poner palabras a mi placer para poderlo compartir con mi compañero. Me di cuenta que tenía que escuchar mi cuerpo y respetarlo, solo así conseguiría conectar con mi sexualidad y superar mis complejos y mis miedos.

Experimentar con mis límites a través del placer me ha ayudado a descubrir hasta qué punto puedo controlar pscicológicamente una situación, porque muchas veces una sesión de BDSM puede basarse en todo menos en el contacto físico y genital.

Mis amigas respetan mis prácticas sexuales aunque no las compartan. No pretendo convencer a nadie: cada una tenemos un tesorito dentro y es único y nuestro y valioso. Yo gozo y jadeo cumpliendo mis deseos y compartiéndolos con quien quiero, pero no siempre ha sido así. A veces me he sentido tan mal con mi cuerpo que me ha dado vergüenza tener relaciones sexuales, no me he desnudado delante del espejo y hasta he dejado de masturbarme durante un tiempo porque me sentía demasiado alejada y repudiada por mi misma.

Yo encontré la conexión con mi cuerpo a través de la sexualidad y del reconocimiento de mis deseos, quizás vuestra puerta pueda abrirse en otro sitio pero, chicas… os aseguro que el sexo cuando es nuestro es empoderador y después… Después es un mundo propio de hadas y unicornios donde todo es posible porque somos las reinas y las brujas y las heroínas de nuestras vidas y de nuestras historietas orgásmicas.

¡Cuidad de vuestros tesoros, amigas!

Helena Casas.