Hoy me apetece contaros una historia. Trata sobre un zagal que fue un gran amigo durante un tiempo. En realidad creo que nunca ha dejado de serlo, pese a que la vida separara nuestros caminos. La verdad es que siempre fue un buen chico, simpático, agradable. Lo que se suele llamar un buen partido. De hecho no le faltaban mujeres, aunque con una peculiaridad y es que siempre estaba emparejado. En cuanto se acababa una relación enseguida empezaba la siguiente.

Una de esas noches que acaban «torciéndose» terminamos los dos en uno de esos antros que crecen como hongos en esta ciudad. Nos pedimos unas cervezas y la conversación acaba derivando en mujeres. Yo lo notaba algo decaído e imaginé que era porque estaba en una de sus cortas etapas de soltero. Lo intenté animar, con esas palabras vacías que usamos todos, diciéndole que no se preocupara, que se enamoraría de otra pronto. Que tenía dónde escoger y que no había motivos para agobiarse. Lo que me respondió me sorprendió tanto que aún sigo dándole vueltas.

Su problema, decía, no era que no tuviera novia, sino que solo tenía novias. Que él se enamoraba y encantado pero que a veces también quería simplemente pasárselo bien con otra persona. Despertar su instinto animal, echando un polvo en cualquier portal o darse una sesión maratoniana de sexo. Entendía lo que me quería decir pero no me parecía tan grave pues al fin y al cabo eso es fácil de encontrar. Entonces me contó que lo que le pasaba era lo que había decidido llamar «complejo de macho beta».

No era más que una analogía pero me pareció, eso sí, cuanto menos curiosa. Decía que el «macho alpha» era el que era capaz de volver loca a una mujer, que lo deseara como no había deseado antes. Y que el «macho beta» era con el que buscaban ternura y cariño, pero de hacer locuras nada. Que nunca sería el amante sino el cornudo. Que nunca se sentiría de verdad deseado. Insistió, eso sí, que no era más que una manera de visualizarlo mejor, no que fuera literal. Simplemente no se sentía deseado ni atractivo sexualmente.

El colmo resultó cuando empezó a salir con una mujer que había tenido una experiencia sexual más amplia. Con ella pensó que podría tener las dos cosas: una pareja a la que querer y, además, sentirte deseado. Bueno, pues resultó que la susodicha quería ir despacio con él porque lo veía muy buen tío y no quería que se quedara una mala impresión de ella. Chorradas.

Todo aquello también era un problema para superar rupturas. Todos, o al menos eso hacía yo, tendemos a tener relaciones sin compromiso hasta estar preparados antes de empezar con la siguiente. Y él tenía que pasarlo solo. Podría haber mentido y hacer cierto el refrán de «prometer hasta meter y una vez metido olvidar lo prometido» pero no se sentía cómodo así. O los dos querían lo mismo o nada.

Ni entonces pude encontrarle una solución ni se la encuentro a día de hoy. Siempre me sorprendió que nunca ligara en una noche. Si conocía a una mujer empezaba a hablar con ella y a los dos o tres meses ya estaba coladita por sus huesos. No le recuerdo ninguna friendzone y eso que por cómo actuaba debería ser lo normal.

Resulta curioso como mientras la mayoría de las personas buscamos el amor, algunos están atiborrados de él. Sentí cierta envidia ¿Cómo puede quejarse alguien de que puede enamorar a la chica que quiera? Ojalá lo pudiera hacer yo. No sé cuales son los motivos que impedían que él despertara la parte animal de las mujeres que se encontraba en su camino.

Al final acabé pensando que su mayor problema era que no se sentía completo. No era tanto que necesitara poder hacer el cabra de cama en cama, sino encontrar a alguien que le hiciera sentirse deseado y atractivo, fuera una relación sin compromiso o no. Esa persona, que todos buscamos, capaz de hacernos sentir vivos. Él se sentía huérfano en una de sus facetas y no era capaz de encontrar a alguien que pudiera cubrirla. Ojalá que, después de tanto tiempo, lograra encontrarla.

Autor: Héctor Sexreto