“Recorremos ese cuerpo conocido, que nuestras manos se han aprendido de memoria, intentando dejar la huella que otra persona borrará algún día sin remedio”

La lluvia suena golpeando la chapa del coche. La cena ha sido fría, insípida, y los dos sabemos que hoy no habrá postre. Le miro a los ojos, y saco fuerzas para decirle las palabras más duras que le he dicho nunca a nadie.

  • Ya no te quiero…
  • Lo sé. Yo a ti tampoco.

Nos quedamos en silencio, esperando a que alguno de los dos diga algo más, algo que pueda cambiar lo que ya está dicho. Pero no somos capaces, simplemente nos quedamos mirando a la nada a través de nuestras respectivas ventanillas, mientras que el que era nuestro grupo favorito suena de fondo en la radio.

Nunca pensé que pronunciaría esas cuatro palabras. Siempre creí que cuando encuentras a esa persona, es para que el amor os dure siempre. Pero a veces, simplemente, se gasta de tanto usarlo. Se va desvaneciendo poco a poco, como cuando coges el agua del mar entre tus manos, y aunque quieras retenerla, se te escapa entre las grietas. No sabes qué ha pasado, ni si quiera cuándo, sólo eres capaz de darte cuenta de que es así en el momento en el que ya ninguna solución te parece buena.

Le miro a los ojos. Esos ojos en los que me perdí tantas veces. Sigue habiendo mucho que ver en ellos. Quizás no es que ya no le quiera, es que ya no le quiero como antes. Porque en realidad le miro, y puedo ver todos esos buenos momentos juntos, las ilusiones compartidas, las risas, los abrazos, la intimidad construida con el paso de los años.

  • No quiero perderte.
  • Yo a ti tampoco… Pero no digamos que seremos amigos, porque no lo seremos.
  • Ya lo sé.

Me entran unas ganas increíbles de llorar, una angustia que me come desde dentro, que me deja vacía, desvalida, como si me estuvieran arrebatando una parte de mi misma. Y mi cuerpo, sabiendo que mi mente no puede aportar nada nuevo, reacciona por sí mismo. Me lanzo a besar al que fue el amor de mi vida y me aprieto fuerte a su cuerpo, como si no quiera que se despegara de mí nunca. Sé que él también está llorando, porque sus labios me saben salados.

tumblr_o3dviwNfbp1tag07bo1_500

Comenzamos a besarnos con una mezcla de ternura y desesperación, como queriendo consumir todo lo que nos queda del otro y guardarlo. Recorremos ese cuerpo conocido, que nuestras manos se han aprendido de memoria, intentando dejar la huella que otra persona borrará algún día sin remedio.

Sin pensar en nada más, bajo sus pantalones, y casi en un acto de necesidad, dejo que entre en mí por última vez, y puedo sentirlo todo mucho más intenso. Comienzo a moverme lento, intentando atraparle si no ya en mi corazón, sí entre mis piernas, con la esperanza de que al menos allí, sí pueda guardar para siempre su recuerdo.

Texto: Silvia Carpallo, autora del libro ‘Decirte adiós con un te quiero’.