Todas (y todos) tenemos una relación que no conseguimos superar del todo, que hemos cerrado un poco en falso, tapada la herida pero sin limpiar, sin sanear… y sabemos que, a poco que nos despistemos, volvemos a estar metidas de lleno en una historia que no nos conviene y jodidas, y no bien precisamente. Puede ser una espinita, un problema de timing o una relación que empezó y en la que tuviste que decir:

SE ACABÓ LO QUE SE DABA, TIENES QUE CORTAR ESTO DE RAÍZ PORQUE SÓLO VA A IR A PEOR

La causa de nuestros desvelos estaba encantada con nuestras demostraciones de amor, con nuestros gestos de romántica gilipollas. Porque él se divertía con la situación, le ilusionaba, le servía de escapatoria o para inflar su ego porque se decía a sí mismo «Sí, la tengo loquita…». A algunos les va ese rollo, eso es así. Y tú sabes lo que cuesta, lo que se sufre, lo que se llora pero al final te alejas porque tú te quieres más.

alejarse de él

Entonces él protesta y pasa a ser quien llama, quien insiste, quien propone veros cuando nota tu distancia hasta que entiende que el alejamiento va en serio. Y poco a poco se pasa: sí, créeme, se pasa. Mientras, tus amigas te aguantan los llantos, la pena inmensa y las llamadas intempestivas cuando el impulso de llamarle a él es demasiado fuerte como para poder contenerte sola.

Juntas lo superáis, lo dejáis atrás, en el cajón ese de los ex, de las espinitas, de las historias que se terminaron o que nunca fueron… Pasa el tiempo y siempre hay algo que te recuerda a esa persona… ¿no se va a pasar nunca? Sí, pasará, lo sabes, aunque todavía quieres escribirle, quieres llamarle, quieres verle, besarle, hacerle el amor (porque es amor, sí, del que se confiesa ya en el segundo polvo), pero te controlas, te contienes, porque es volver al puto borde del precipicio.

amor al borde del precipicio

Y un buen día te das cuenta de que ya no piensas en él a diario, que hace un tiempo que no aparece en tus pensamientos… y sigues adelante con tu vida. Y tal vez ese mismo día u otro cualquiera, él te vuelve a hablar –¡Oh, dios mío!– y quiere quedar contigo porque se acuerda de ti, porque te echa de menos, porque ya no tiene novia o se ha separado de su mujer, o sólo porque se aburre, a saber.

El caso es que le contestas, claro, mientras flotas en una nube rosa y llueve purpurina sobre ti, y sonríes de nuevo como una imbécil. Haces caso omiso a lo que sabes que ocurrirá… porque lo sabes perfectamente: dentro de un rato o, como mucho, mañana volverás a ser una yonqui desesperada por una dosis de contacto. Pero seamos sinceras: ahora mismo, eso no te importa lo más mínimo.

siempre el alegria