Juré mil veces que no caería de nuevo. Que no me dejaría engañar de esta manera otra vez. Estaba cansada de ser la tonta a la que le rompen el corazón mil veces. Harta de nunca ser suficiente. Y entonces llegas tú y me coges de la mano y me atraes suavemente hacia tu pecho. Y tonta de mí, descubro un hogar entre tus brazos. Y me repito a mi misma que algo que se siente tan bien no puede estar mal.

Porque contigo todo es terriblemente fácil. Tengo la certeza de que he llegado a mi lugar seguro, que puedo entregarme con cada poro de mi cuerpo, con cada ápice de fuerza y tú nunca me harías daño.

Yo estaba defectuosa, rota. Como un vaso de cristal que alguien estrella contra la pared, como un avión de papel mojado, como una tarde de invierno sin nadie para conversar o una quemadura de cigarro entre las sábanas. Tú eras como el abrazo de bienvenida de cualquier aeropuerto, el primer café de la mañana y el olor de un libro nuevo al descubrir sus páginas. Sin quererlo habías convertido mi tormenta en calma, me habías quitado a gemidos la pena, me habías cosido a besos las costuras. Y no puedo parar de pensar que quiero tatuarme tu risa en mi espalda y pasarme las próximas diez vidas enredada en tu cama. Te prometo noches sin dormir sólo para verte amanecer. Y ser yo quien te lleve de la mano por las calles de París, de Roma o de cualquier parte del mundo que te ayude a salvarte, igual que tú me salvaste a mí.