Hace mucho, mucho tiempo, pasé una época en la que me centré tanto en los estudios que pasé meses sin comerme un colín, y como no tenía tiempo ni para salir a guarrear, me descargué Tinder.

Que si match por aquí, super like por allá, y entre canis y gente con menos conversación que una habichuela, encontré a un tío medianamente interesante. Yo no quería casarme con él, pero ya que iba a rellenarme el canelón, por lo menos que fuese algo majo.

Hablamos durante una semana, y a más conversación, más ganas tenía de quedar. Al final decidimos vernos un sábado, y cuando ya pusimos fecha al encuentro empecé a notar que al chiquillo le faltaba media cocción.

Supongo que con los años he desarrollado un radar para los gilipollas y en aquel momento no me di o no me quise dar cuenta de que estaba ante un hombre fantasma.

“Mira, el sábado vas a flipar… Todas dicen que soy la hostia en la cama. No habrás estado con uno como yo en tu vida.”

Y yo, que era ingenua y joven, me lo creí.

Además yo soy un príncipe y te trataré como una princesa… Pero fuera de las sábanas, ehhhh…”

Y mi alarma, que debía estar averiada, no sonó.

Pese a que se notaba a la legua que le faltaban varios dedos de frente, me dio una pereza terrible empezar a hablar con otro tío, así que pensé que lo peor que me podía llevar de esa cita era un mal polvo.

El sábado me quité las telarañas, escogí unas bragas bonicas con encaje y fui palante como los de Alicante. Llegué a la plaza de la ciudad, donde había quedado con El Príncipe Azul. Nos dimos dos besos y fuimos a una cervecería cercana a perder los nervios, y entre cervezas y aceitunas fue convirtiéndose poco a poco en un pitufo. Vamos a ver, el chaval estaba para escurrirle las bragas en la cara de lo follable que era, pero cada vez que abría la boca perdía su encanto.

“Pues tengo a las tías comiendo de mi mano. En la facultad soy el que más folla.”

Pos ok.

“Y bueno, mi ex es una loca del coño que no hace más que llamarme. Se ha dado cuenta de lo que se ha perdido y vuelve arrastrándose.”

Claaaaaro que sí.

“Eso sí, yo paso de ella y de lios. A mi un polvo y ya.”

Hijo, si es que no das para más.

Y yo, por no escuchar las paridas que soltaba por la boca, bebí. Cuando llegué al punto de poder curar heridas con mi aliento, empecé a ver al pitufo un poquito más atractivo. Pensé que si nos liábamos, por lo menos se callaría un rato y yo desfogaría el estrés acumulado durante la época de exámenes.

Nos empezamos a enrollar y sorprendentemente el chiquillo lo hacía bien, así que le propuse ir a su casa.

Llegamos a la despoblada Aldea Pitufa, fuimos a su habitación, y empezamos a quitarnos la ropa.

“Ya verás cómo lo vas a disfrutar… Luego cuéntaselo a tus amigas, eh.”

Para que se callase, le pedí que bajara al pilón un ratito. MAE MÍA. O no había comido un coño en su vida o se pensaba que mi clítoris estaba en el agujero por donde meo. Traté de reconducir la situación como pude, pero el problema no solo era la anatomía de mis genitales, sino la movilidad de su lengua. ¿Caballero qué pretende? ¿Es una lengua o un caracol? Eso no se movía ni palante ni pa’ atrás. Era como si me hubiesen puesto un solomillo de ternera en el potorro.

Se ve que se cansó de no hacer NADA, así que empezamos a darle al fornicio, conmigo encima evidentemente. De repente empezaron a llegarle WhatsApps a mansalva y el muchacho se desconcentró y, por consiguiente, su pene también.

Venga, voy a poner el móvil en silencio. ¿Te importa comérmela a ver si remonto?”

Por caridad cristiana empecé a comerle el rabo. El caso es que después de dos minutos limpiándole hasta el alma con la campanilla, levanté la vista y vi que estaba con el móvil. El chico debió notar que paraba, y con gran esfuerzo apartó los ojos de la pantalla para dedicarme las palabras más bonitas que jamás me han dicho.

“No te parezca mal, pero… ¿Te importaría seguir comiéndomela mientras hablo con mi ex novia?”

Sobra decir que me piré de ahí como alma que lleva al diablo. No me llevé un polvo, pero si el aplauso del público cada vez que cuento esta historia tan macabra.

Moraleja: si parece un pato, nada como un pato, y grazna como un pato, entonces probablemente es un pato o, en este caso, un gilipollas integral.

Autora: Pitufina