Mi follodrama empieza el día que me instalé Tinder.  Yo era ultra reticente a bajarme esa app, pero mis amigas me convencieron con el certero argumento de que “era muy entretenido”: en ese tiempo yo acababa de mudarme a una ciudad nueva y estaba muy aburrida.

Pues me volví adicta a rechazar perfiles hasta que un día encontré a un hombre de mi estilo. A saber: armario empotrado, tatuajes y pelo largo. Hicimos match y pasamos varias noches hablando hasta que me atreví a darle el whatsapp (recordemos que yo era una novata tinderiana desconfiada). Y después del whatsapp, el paso lógico fue QUEDAR EN PERSONA. Me daba pánico, pero al final me vi en el metro con destino a mi primerita cita con alguien de internec.

El tío tenía un atractivo animal que me dejó cegada, con la barba y el pelo como si le hubiera peinado un lince ibérico a zarpazos. Y después de unos cuantos tintorros de verano, me soltó un morreo que me desintegró las bragas. En fin, que la cosa fluía, pasamos varias noches en mi casa y echamos buenos polvos sin más pretensiones.

Y así acabó mi aventura de verano.

O eso creía yo.

A las dos semanas o así,  empecé a despertarme todas las mañanas llena de ronchas que picaban muchísimo, pero pensé que tenía alergia y no le di importancia. Hasta que recibí un whatsapp de este tío, del que no había vuelto a saber nada.

El whatsapp simplemente decía: “He tenido que cambiar de piso porque tengo una plaga de chinches. Perdona por no habértelo contado antes”.

Se hizo la luz en mi cerebro, y con la sensación de que se me echaba encima el Apocalipsis, corrí a deshacer mi cama entera. Al quitar la funda protectora del colchón, empezaron a salir BICHOS HORRIPILANTES con aspecto de garrapata, como en una pesadilla hecha realidad. Paralizada por el terror, tardé varios segundos en reaccionar: había una puta colonia de chinches escondida en mi colchón, que me picaban para alimentarse de MI SANGRE cuando yo estaba dormida. Y después sólo me recuerdo histérica perdida, gritando hasta quedarme sin voz e intoxicándome con Cucal (que era el insecticida que tenía a mano).

Lo que aprendí de esta experiencia fue:

  1. Existen bichos peores que las cucarachas acechando en la oscuridad
  2. Si alguien desconocido quiere pasar la noche en mi casa, primero empapo su mochila con insecticida, aunque me tome por tía loca.
  3. Mis amigas tenían razón,  gracias a Tinder pasé unas semanas “muy entretenida”.

Si tenéis curiosidad por saber cómo acabó la cosa, como este tío tuvo la decencia de avisarme más pronto que tarde del regalito que me había dejado, llamé a una empresa de control de plagas que se cargó a todas las chinches.  Así que pude volver a dormir tranquila en mi camita y comer perdices. Un final feliz, digno de cuento de hadas.

 

Chincheta