Hoy ha llegado el día. Los astros se han alineado. Siempre oí hablar del tema en las películas, libros y canciones, pero yo permanecía escéptica. «Cuando dejes de buscarlo llegará», decían mis amigos, y por fin me ha tocado a mí. He tenido la peor cita de mi vida.

LA MALA CITA, con letras grandes, luces de neón y en negrita. Yo, la que no se asustaba con nada, la que encuentra encantadores a los tíos que otras mujeres suelen rechazar por ser “demasiado algo”, la que jamás de los jamases había hecho una cobra.

Chica conoce a chico en Facebook. ¿Conocéis esas páginas que crean los universitarios pajilleros para ligar desde el anonimato? Esas en las que abundan los mensajes tipo: «La chica rubia que estaba sentada en la segunda planta de la biblioteca. Dale me gusta y contacto.» Pues ahí surgió la magia. El inicio no era muy prometedor, pero aquí hemos venido a jugar y soy de las que piensa que no hay malas experiencias, sino anécdotas graciosas a largo plazo. Craso error.

La cosa parece ir bien, no se ve venir el horror. Bromitas por aquí y ligoteo por allá. Que si nos pasamos canciones, que si estudias o trabajas, que si nos damos nuestros WhatsApp. Un paso más cerca del desastre.

Chica y chico intercambian teléfonos. Pasan los días, sigue el tonteo. Stalkeo todo su Facebook, conozco su cara más que la mía. Si me apuras reconocería a su madre si me la encuentro por la calle. ¿Me convalidarían el primer año en la academia de espías? Probablemente. ¿Me avergüenzo de eso? En absoluto. El chaval me gusta, me pone, tiene una belleza diferente y eso es lo que me va. Suma puntos y sigue. Me manda el primer audio, momento decisivo. Le doy al play con miedo. «Uf… Qué voz». Y ahí mojo braga. Rompe la barrera virtual y me pide una cita, es decir, la versión del siglo XXI o la excusa más manida del mundo para meterse mano si todo va bien, ir al cine.

Chica y chico se ven por primera vez. Me aproximo lentamente a la esquina donde él me espera, le veo a lo lejos. Alto, gordibueno, con barbaza y una camisa de cuadros. La cosa promete. Dos besos, qué incómodo, mejor un abrazo. Avistamos una terraza. Cerveza en mano empieza la magia.

Personas a las que más odio en este mundo: las flipadas.

Todo marcha bien hasta que, en que puta mala hora, sale a la luz su faceta de gilipollas number one.

– Pues sí, verás, yo conocí al cantante de Love of Lesbian en un concierto y nos hicimos inseparables. Estaba en primera fila y se quedó con mi cara. Después nos invitaron al backstage y me dio su teléfono y su Facebook personal, pero no me lo pidas jejeje. No puedo enseñárselo a nadie porque quiero respetar su intimidad. ¿A qué nunca habías conocido a alguien famoso? Ahora presume.

Te voy a hacer caso, cari. Presumo de haber aguantado dos largas y eternas horas de historias sobre el Arenal Sound sin ir al baño a cagarme en el que inventó los festivales.

– Bueno, yo no me he sacado Bellas Artes en dos años porque no quiero. Los profesores me lo dicen, soy demasiado inteligente. Hasta mis colegas de clase me piden mi opinión sobre sus proyectos, que son una mierda comparados con los míos, pero no todos pueden ser como yo.

POR SUERTE.

– Menos mal que querías venir al cine, hay una pava que me lleva metiendo fichas meses para ir. Me gusta tenerlas en la recamara, que sufran. Tengo tantas tías en WhatsApp que ya he perdido la cuenta.

Claro que sí, guapi. Y yo he perdido la cuenta del tiempo que llevo sin escuchar tus mierdas.

Chica y chico entran al cine. Por fin, yo solo puedo pensar en las dos horitas de película que voy a estar sin escuchar su bonita voz y sus historias de gilipollas, pero la vida te da sorpresas y sorpresas te da la vida.

Personas a las que más odio en este mundo: las que gritan en el cine.

Me empiezo a sentir como una profesora de parvularios mandando callar a los niños, y puestos a pedir casi que prefiero una clase de treinta críos de 3 años antes que a uno de 30 que sigue estudiando Bellas Artes y que no ha aprendido en su largo recorrido por todos los festivales de España a callarse la puta boca cuando toca. «Shhhhhhhhhh». Parezco un cantante de beat box, pero él sigue a lo suyo.

– Pues para ver esta mierda me pongo algo en casa.

Él no susurra, ni si quiera habla. En un lugar con aproximadamente ochenta personas que le están mirando mal él grita. Instintos asesinos recorren mi cuerpo, pero por fin se calla. Ahora que lo pienso en frío hubiese preferido que siguiese gritando.

Personas a las que más odio en este mundo: las que se piensan que el porno es real.

Chico coge el dedo de la chica y se lo mete en la boca. Creo morir, siento como bajo al infierno, cojo un tridente, subo a la tierra y se lo clavo en la lengua. QUÉ ASCO. No os confundáis, a mí me pone cerdísima un buen dedo en la boca o donde haga falta, pero en ese momento fue la cosa más turbia del fucking mundo, o eso creía. «Por dios, para», digo en voz baja, pero el interpreta mi bordería como cachondismo en estado puro. Aparto mi mano bruscamente, me la seco en la camiseta que después voy a quemar, y me pongo a comer palomitas a dos manos. Él decide que es una gran idea intentar meter su dedo en mi boca. ¿Pero tú dónde te has criado hijo mío? ¿A ti que te dan de comer para tener esas ideas de bombero retirado? ¿Qué te has metido cuando has ido a mear? Yo cierro la boca como si su mano fuese veneno, y el recorre con su dedo índice mi cara. ¿Esto es una cámara oculta? ¿Si me pellizco despertaré? Y al fin, tras dos horas esquivando sus dedos, se encienden las luces del cine.

Personas a las que más odio en este mundo: las que no entienden que no es no.

Chico decide acompañar a la chica a casa a pesar de sus negativas. Mi mente y mi sensatez me impiden decirle al chaval donde vivo. Por dentro resuenan los gritos, la vena de flipado hater y la sensación de tener el dedo mojado, así que al llegar al punto de partida, la esquina donde empezó toda esta triste historia, le digo que no me acompañe más. El me pregunta que por qué, si todo ha ido bien. ¿Cómo será una mala cita con él?

Hago un alarde de sinceridad.

– La verdad es que yo no lo he pasado nada bien.

– Qué bobada, estarás nerviosa y por eso no has disfrutado. Tienes que relajarte más. Cuando tengas tantas citas como yo aprenderás como se liga.

Chico y chica discuten. Una persona normal y corriente se iría en ese momento, pero él no es normal, y antes de vernos las caras por última vez (o eso espero con todo mi corazón) decide que «para lo que le queda en el convento se caga dentro». Momento clímax. Veo que se acerca, va sacando morritos y me intenta besar. Vade retro Satana. Esto sí es una cobra y no el Basilisco de Harry Potter. Vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa y pega la vuelta. Y con un dolor de cuello que me va a durar un mes pongo fin a las cinco horas más largas de toda mi vida.

El lado bueno de toda esta historia es que ninguna futura cita podrá ser peor que esta, así que los hombres del mundo tienen un margen de cagadas amplio. El lado malo es que, si algún día tengo un hijo, vomitaré cada vez que se chupe el dedo.

Autora: La cazafantasmas.