Al principio con las parejas, todos pasamos esa fase de hacerlo más que el conejo de Duracel. No se nos acaban ni las pilas ni las ganas. Yo cuando empecé con mi pareja, me venía a recoger cada día al trabajo y como soy la última en salir y la que cierro, pues todos mis compañeros y jefes se habían ido y estábamos los dos solos. Total que cada día al entrar a mi trabajo, antes de que yo pudiera cerrar, ya estábamos en el suelo retozando como leones. Sin comodidad alguna, pero para qué la necesitas cuando la pasión te puede.

Nos pasamos haciéndolo en  mi curro cuatro días. En el suelo frío y duro que no queríamos notar pero que rascaba y no daba posibilidad a muchas posturas, o misionero o a cuatro patas. Para qué más cuando estás con tu Dios del sexo. Y   al quinto día, cuando abro la puerta a mi amor, lo veo entrar con una bolsa en la mano. No le dí más importancia.

A los dos segundos cuando la cosa se puso hot, y ya nos estábamos quitando la ropa el uno al otro,  me dijo que si podía ir antes un momento al baño. Cual fue mi sorpresa cuando salió del lavabo totalmente en pelotas y con unas rodilleras de esas gigantes que se usan para cuando haces deporte y te caes, protegerte. Y le pregunto qué hace con eso puesto, aguantándome  como podía la risa, porque tú lo puedes querer mucho y te puede poner todo lo perraca que quieras, pero con esas pintas, pues lo único que te provoca es risa.

risa

Y me salta que tiene las rodillas en carne viva de tanto empujar y rozárselas con el suelo, y sin exagerar, me las enseña y estaba a punto de empezar a verse el hueso. Toda la piel saltada y rojísima.  Pero él, sin quejarse, dispuesto a seguir follando en mi curro, eso si con las rodilleras puestas.

Evidentemente ni polvo ni nada, del ataque de risa que nos cogió pues no había manera. Pero ahora cada vez que lo hacemos en un sitio duro o el suelo de algún lado o lo que sea, siempre le pregunto: «Has traído rodilleras», a lo que él responde:  «Hasta que no me sangren las rodillas no me harán falta».