Ni siquiera sé si esto califica como follodrama. Drama hubo, desde luego, pero lo que vienen siendo actividades físicas recreativas y lúdico festivas, poquitas pocas.

Tinder sorpresa, tampoco y también. 

Para resumir cómo llegué a ese momento, he de decir que llevaba con mi ex cinco años hasta que llegó un punto en el que los dos nos dimos cuenta de que nos queríamos pero ya no estábamos enamorados y nos separamos llorando como magdalenas pero hemos quedado más o menos como amigos. El caso es que yo estoy en otro país, estrenando soltería, más caliente que una patada en la oreja y con ganas de alegría macarena y de estrenarme en la modernidad, en el futuro que todas mis amigas estaban viviendo. 

Total, que me bajé Tinder. 

Quería algo fácil y conocer a gente potencialmente zumbadora fuera del trabajo, que aunque los quiero a morir, no quiero mezclar churras con merinas. Que los refranes están por algo, para que la sabiduría popular no se pierda. Y ya sabes. Donde tengas las olla, …

Y me cree mi perfil. Fue todo como una ceremonia de iniciación. Dos botellas de vino, tres chicas y mi móvil. Me escogen las fotos en las que mejor salgo, me re-escriben la biografía y después de asegurarse de que sé a lo que voy, me dejan que me dé el gusto de elegir como si de un mercado de carne se tratara. Dejando de lado las sorpresas que me encontré (en serio, no sé si es un zoológico o Tinder. Foto con el gato. Foto con el perro. Foto con un burro. Foto con un koala. Incluso foto de un pavo con cara de miedo tocando a un delfín con el bracico tan estirado que el pobre parecía de todo menos chuscable), del subidón de autoestima de que te lluevan los likes, de no entender las reglas de etiqueta del sitio (si yo te he dado like antes y el tuyo ha sido el que ha desbloqueado la conversación, ¿no deberías hablarme tú? ¿el que desbloquea, empieza, un tú la ligas moderno?), me encuentro con un niño que no está nada mal. Y por no está nada mal me refiero a que está buenísimo nivel ¡Santo D´Artagnan! Y a mí se me cae el alma y lo que vienen siendo las bragas. 

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Empezamos a hablar. Jiji, jaja, me está prometiendo el oro y el moro y que me va a empotrar contra todas las paredes que tenga mi piso. Yo con la regla, maldita enemiga de rojo, dándole largas, hasta que llegó el momento. El polvazo se intuía.

Que si me gustas por que eres alta, que si eres muy resalá, que espero que tengas aguante porque soy tela de deportista. Yo ya no os digo con qué tocaba las palmas, pero era todo de alto voltaje. Y la conversación sí que era subida de tono, pero sin llegar a ser soez, que una aunque no es una princesa, tampoco se crío en una cuadra y el tonteo así le mola. Y además en inglés. Que le da morbo a la situación y también unas búsquedas en el google translator para asegurar de que lo estaba entendido todo bien que se han tenido que quedar los señores que revisan el historial como poco intrigados.  

Y me dijo oye, que sé que son las once y media de un domingo, pero es que estoy a diez minutos de tu casa. Pásame la dirección y bajas y nos conocemos. Y pensé que de perdidos al río, que por qué no. ¿Diez minutos? Diez minutos. 

Le contesto que mi compañera de piso está dormida y él me dice que siempre podemos achucharnos en su coche. Que en diez minutos está allí. Le digo que estoy en pijama y sin peinar. Él me responde que me lo va a quitar todo y que me va a despeinar más aún. 

A mí las mariposas del estómago me han mutado en abejas borrachas de lujuria, pero no le doy más importancia. 

Diez minutos. 

Diez minutos. 

Corro.

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Me medio ducho, me medio depilo, me lavo los dientes. Como una ha sido siempre pobre y el coche de la familia más custodiado que el Santo Sepulcro, lo de follar en el coche era una novedad que le añadía más leña al fuego. Mientras me desmaquillo bien, porque una cosa es ir en pijama y otra con los rabillos corridos como Taylor Momsen después de salir de fiesta con Lindsay Lohan, me quito las bragafajas que llevaba porque eran abrigadas y me pongo un tanga que odio pero que es la mar de bonito, con su encaje negro, para dar la sensación de que “me has pillado aquí”, voy poniendo en google cómo hacerlo en un coche. 

Y acabo antes de que pasen los diez minutos.

Y no llega.

Y no hay ningún mensaje.

Le pregunto si iba bien, si se ha perdido. 

Veinte minutos. Media hora. Cuarenta minutos. El calentón ya es cabreo y me voy a la cama. 

 

Han pasado dos días.

Dice que se perdió. 

Yo creo que se cagó. 

Le contesté muy digna que si no había tenido huevos de encontrar mi calle con el TomTom en el coche y el GPS del móvil, miedo me daría acostarme con él y que me buscara el clítoris. Que la idea de venir fue suya, que yo no se lo pedí y que sólo quería un revolcón fácil. 

Sin respuesta. 

Y ahora esoy añadiendo un palito más a mi monumento a los Hombres Que Se Acobardan (nombre que le ha dado una amiga que soluciona todos tus problemas con los hombres aludiendo a su fragibilidad emocional, a que les “impones mucho tía” y a que tienen miedo), los Señores Microondas y los Paladines de Calentar Sin Cocinar. 

¡Yo sólo quería echar una cana al aire!

¡Con un tío con el que llevaba hablando más de una semana y con el que había quedado claro que sólo queríamos algo físico!

Se supone que es la fantasía masculina. Sexo fácil y si te he visto no me acuerdo.

Pues no. No lo hubo.

Nada de follo. Sólo drama, con de de dejarte con el calentón y las ganas. 

 

Isolde.