Cuando mi jefe entró por la puerta con el chico nuevo, mi chichi empezó a dar palmas. Así de claro. Llevaban tiempo buscando a alguien para sustituir a la que fue mi compañera durante años, y cuando por fin lo encuentran, resulta que es mi prototipo de tío ideal. El típico con el que tienes sueños húmedos sin conocerle.

No es que fuera un guapazo de revista, pero sí para mi. Con su traje vintage y su maletín de piel a juego con sus gafas de pasta. Mejor paro que sino me vuelvo a poner cachonda. El caso.

A mi cuando alguien me gusta se me nota, y MUCHO. Así que el tonteo se produjo desde el día 1, y lo mejor es que fue recíproco. Sonrisitas, te toco la mano, te toco la pierna, te propongo unas cañas después del curro.

Y las cañas llegaron, y yo me puse las bragas monas por si acaso. Las que solo sacas en ocasiones especiales y evitas los días de regla, ya sabes de cuales te  hablo.

El caso, nos tomamos tres o cuatro cañas, no recuerdo. Pero sí recuerdo la tensión sexual latente que estalló con un beso y un magreo adolescente en toda regla.

Lo cierto es que yo no soy de las que liga en ese tipo de circunstancias. Casi todos mis romances han salido de redes sociales, así que estar viviendo un momento así con un compañero de curro me parecía algo excepcional y le daba más morbo al  asunto.

Yo ya iba cachonda perdida así que me lancé y le invité a mi casa. Le faltó tiempo para aceptar y después de un Cabify de 20 minutos y un par de magreos por el camino, llegamos a mi hogar. Más tocamientos en el sofá y directos a la cama.

La cosa estaba tan caliente que no me apetecían ni jueguecitos, solo quería que me empotrase lo antes posible, y así lo verbalicé. Él se quedó quieto, me miró muy serio y me suelta:

– Yo es que prefiero que me la comas, que si te la meto me sentiría fatal por mi chica.

CON DOS COJONES.

¿Se os ocurre mejor momento para soltarme que tiene novia? Porque a mi no. Y ya la idea de que meterla son cuernos pero que se la chupe no, apaga y vámonos.

Gracias a dios mis principios hicieron el resto. Le pedí amablemente que se vistiera y le dije que mejor nos veíamos ya en la oficina. El se hizo el ofendido, como que no entendía nada y que la culpa era mía por no querer pasar un buen rato.

Lo peor es que siguió haciéndose el ofendido durante varias semanas y me hacía el vacío en la oficina. No sé si herí su ego de macho pero me la pela. De pocas cosas me enorgullezco más que de haber parado aquella situación a pesar de ir más caliente que el palo de un churrero.

Anaïs

 

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