Hay veces que la vida te lleva por caminos que jamás pensaste que recorrerías. Sendas que se vuelven complicadas, difíciles de sortear. A veces, tienes que elegir entre la persona correcta y aquella que te hace sentir viva y sientes que a cada segundo que se alarga la decisión te cuesta un poco más respirar.

Porque tienes miedo y te vuelves insegura. Porque asusta volver a donde te hicieron daño, pero no puedes evitarlo, porque tu cabeza y tu corazón jamás votan con unanimidad.

Y sabes que te estás equivocando, que no se puede avanzar construyéndose un hogar en el pasado, pero cada ápice de tu cuerpo lo desea. Por mucho que te esfuerces en no ver, no puedes evitar no sentir. Y por más que te esfuerces en avanzar, por mucho que quieres dejarlo todo atrás, parece que más te persigue, alimentándose de tus momentos de debilidad, de tus puntos bajos.

Y te sientes miserable, porque tienes la suerte de haber encontrado a la persona perfecta. Y lo sabes. Sabes que es increíble, que lo tendrías todo con ella y que puede darte todo lo que mereces, pero te despiertas en la noche deseando que sean otros brazos los que te rodeen, otros labios los que te besen, otros dedos los que te arqueen.

Y te sientes débil, estúpida por volver a caer en el mismo juego de siempre. Por ser la opción fácil, la adicta a la destrucción que sólo tú sabes darme.