Qué fácil parece todo visto desde fuera.

Qué fácil es hablar de ella, de la poca autoestima tiene esa chica, que se deja rebajar a segundo plato.

Qué fácil es hablar de ella, de la poca moral que tiene esa mujer, metiéndose en la cama de otra.

Qué fácil es hablar de ella, de los pocos escrúpulos que tiene, rompiendo una familia, partiéndola por la mitad.

Qué fácil es hablar de ella sin saber nada de ella.

Sin saber de sus luchas internas, del amor y sus demonios.

Sin saber de sus noches en blanco y sus lágrimas derramadas en la oscuridad del silencio.

Sin saber que siempre está sola. En casa, delante del espejo, desayunando. Sola.

Sin saber del vacío en su pecho, del hambre herida y los ataques de ansiedad.

Sin saber de las horas vacías esperando una respuesta y mordiéndose las uñas hasta la carne y los huesos para no escribirle cuando no debe.

Sin saber del quejido que acompaña a cada latido de su corazón, malherido y apedazado.

Posiblemente sea la otra.

Quizás no.

Pero siempre será la eterna amante.

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Es ingeniosa, divertida, buena amiga y buena amante.

Es diferente, desinhibida y, seguramente, tozuda.

Vive con su corazón a cuestas y tiende a creer las palabras y promesas de quien no debería.

Lleva siempre su corazón en la mano, y por sus venas corre zumo de fresa en vez de sangre.

Le gusta disfrutar y ver disfrutar. Sabe que es mejor correrse que correr.

No puede acercarse a un hombre.

Aunque ella siempre ha defendido que hombres y mujeres podemos ser amigos.

No puede. Porque cada vez que lo hace él se queda sorprendido y prendado a partes iguales. Descubre por primera vez a una mujer que le rompe los esquemas.

Y queda prendado. Desconcertado. Sorprendido. Hechizado.

Y siempre quiere un poco más de ella.

Y ella siempre tiene un poco más, porqué ella es infinita.

Y él sigue queriendo más. Y se abre. Y le cuenta de sus pocas dichas y sus muchas miserias. Y ella le mira a los ojos y le dice: te comprendo, yo he estado también allí. Pero mírame. Ahora estoy aquí. Delante de ti.

Y nace la complicidad y, con ella, el deseo. Lo prohibido. Lo secreto.

No importa si él tiene o no pareja.

Porqué él desea estar con ella.

Porqué él se muere por estar con ella.

Y durante semanas le mandará un mensaje de buenos días.

Y le preguntará por su dolor de espalda, y si ya se encuentra mejor.

Y aprenderá que es capaz de reír y llorar a la vez y no, no es bipolar.

Y descubrirá que cuando debe comportarse sabe hacerlo, pero cuando puede desmadrarse, es lo puto más. Que es deliciosamente buena en su trabajo y en su cama. Que quiere desgarradoramente a las personas que pueblan su vida. Que hace tiempo renunció a llevar tacones porqué son una aberración para la mujer, y que puede ir divina en vestido y bambas. Que huele a cerezas y a verano.

Y él le prometerá, en el silencio y el ruido, en el suelo y en el cielo, en las horas y el color. Hasta que la muerte nos separe.

Y ella le creerá.

Ella, desgarrándose y estrellándose otra vez.

Ella, enamorada hasta las trancas.

Ella, sabiendo que no debe, pero sabiendo que no se puede domar el amor.

Ella, con su corazón en la mano y el manantial de zumo de fresa derramándose por sus venas y llenándolo todo de mariposas rojas.

Pero él nunca se quedará con ella.

Porque prefiere compartir su vida con alguien que dedique los sábados por la tarde a ir al supermercado a buscar las mejores ofertas.

Porque renuncia a ver salir y ponerse el sol cada día, sin saber qué tiempo hará, y lo cambia por una confortable bombilla de luz fría pero constante.

Pero él nunca se quedará con ella.

Porque ella es impredecible, y eso le asusta.

Porque ella es infinita, y siente que nunca podrá atraparla.

Lo que no sabe es que ella no necesita ser predecible ni atrapada.

Y ella volverá a tirarse horas llorando en su cama que aún huele a él, y no puede creer que no haya sido la muerte la que les ha separado.

Pero oye, que fácil es hablar de ella, sin saber nada de ella.

Y qué difícil es hablar de él.

Miss T