Dicen que el universo está en constante expansión y que llegará un momento en el que ese avance irá frenándose poco a poco hasta que finalmente comiencen nuevamente a acercarse todos los elementos que conforman el universo, volviéndose a comprimir la materia en una singularidad espacio- temporal. Eso significa que cada beso, cada sonrisa, cada caricia inexperta se revertirá hasta que ya no quede nada de nosotros. Volveremos hacia atrás como si de una película rebobinada se tratase y habrá una fracción de segundo en la que pensaré que podemos ser felices juntos.

En esos momentos no sabré que nunca me quisiste. Que por mucho que me esforcé jamás llegué a ser suficiente. Olvidaré que te amé con cada poro de mi piel, con cada célula de mi cuerpo, con cada ápice de mi alma. Volverán a mis labios en silencio todos esos te quiero a los que nunca supiste responder. No habré llorado jamás, ni  me preguntaré en silencio qué está mal en mi, por qué por más que lo intenté con todas mis ganas nunca conseguí llegar a ser tu persona especial.

Hay cierto consuelo en saber que no recordaré la manera en la que tus ojos me miraban cuando yo flaqueaba, cuando las inseguridades me carcomían por dentro y todo lo que necesitaba oír es que querías quedarte conmigo, que era yo o nada.

Se desvanecerán de mi mente como si nunca hubieran existido todas tus excusas, tus medias verdades. Nunca tendré que volver a ver como te esforzabas por quererme, como si eso fuera algo en lo que hubiera que esforzarse, como si el amor no fuera un torrente desbordado que te inunda por dentro, te derrota y corroe los huesos.

Y así es, amor, como nos cruzaremos de nuevo en el tiempo, pero esta vez en sentido inverso.