La primera vez es bonita, o eso dicen. Debe ser con la persona adecuada y, aunque se sufra un poquito, al final todo es maravilloso y se tiene un sentimiento de comunión con el otro del copón, o eso dicen. Digo que eso dicen porque, en mi caso, no fue exactamente así. Claro que fue con la persona adecuada y sentí ese sentimiento de comunión pero, eso de que solo duele un poco la primera vez, fue mentira.

¿Por qué? Bueno, creo que es obvio que todos conocemos el himen, esa membrana fina y gelatinosa que se encuentra entre la vulva y el conducto vaginal y que, durante la primera penetración, se rompe. Hay chicas que nacen sin él (benditas seáis), hay algunas que se les rompe sin darse cuenta (benditas seáis también) y, a la mayoría, se le rompe tras la primera penetración. Aunque como todo en esta vida, hay excepciones y de eso vengo yo a hablar, de mi caso, de hímenes que no se rompen da igual las veces que les penetres.

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Nada hija, que no.

No voy a dar muchos detalles personales porque no quiero aburriros, pero puedo decir que llevaba con mi pareja mucho, muuuucho tiempo intentándolo y, nada, aquello que primero no entraba, cuando entró no pasaba y que cuando pasaba no veas si dolía. Imaginaros si a una chica que nunca había querido su gran cuerpo, que por fin alguien sí lo desee y encima, le pasa esto, pues entra en una especie de bucle emocional destructivo lleno de llantos, tristeza e impotencia. Suerte la mía que mi pareja nunca se desanimó y siempre me tendió la mano cada vez que me caía en mi agujero de autocompasión. Le empecé hasta coger miedo a eso que todos adoraban. Un día, no sé muy bien por qué, me decidí y me planté en el ginecólogo y, creedme, por mucha vergüenza que pasara allí contando mi vida y mis penas, fue una de las mejores decisiones de mi vida.

Resultó que tenía el himen más grueso de lo normal. Además, lo tenía ladeado, es decir, el aparato reproductor femenino tiene forma de triángulo invertido y el himen tiene que estar paralelo a la parte superior. Pues el mío que era más chulo que un ocho, no lo estaba. Yo creo que en el fondo era una representación de mí, fuera de lugar y gordo. El ginecólogo me contó que le pasaba a muchas mujeres, incluso a aquellas que ya habían parido niños y todo (en ese momento con los nervios no lo pensé, pero luego me surgió la pregunta de cómo pares con eso ahí, que sé que se puede pero tiene que ser tela de incómodo). Todo aquello se solucionaba con una operación de una hora con anestesia general (porque local con la cara y los nervios que tenía, como que no se atrevía).

Una operación, qué maravilla.
Una operación, qué maravilla.

Imaginaros que entrar en quirófano no es plato de buen gusto pero en ese momento pensé que me lo debía. Estaba rechazando una parte de mi vida por miedo. Me estaba negando disfrutar de algo tan natural como mi propio cuerpo. Ya tenía yo suficiente con mis propios complejos por mi peso y demás como para ahora agregarme otro con mi himen. Claro que también se lo debía a mi pareja, porque él también se merecía algo que no fuera un lloro con cada penetración. Me lo debía a mí, a él y a los dos.

Me decidí. Me metí en el quirófano y me hicieron una himenectomía y una himenorrafia. La primera es para quitarte el himen y la segunda para reconstruirte uno así de mentirijilla. La operación salió estupenda y solo tuve que hacerme unas curas durante diez días.

¿Por qué os cuento todo esto? Porque cuando yo buscaba soluciones para mi problema, no encontraba mucho. Todo lo que encontraba era informaciones muy confusas y nada en concreto. Susurros en foros femeninos muy dispersos que no daban nada de confianza y no quiero que ninguna otra chica pase por todo aquello que yo pasé. No quiero que ninguna os asustéis porque vengáis «mal de fábrica». Menos aún quiero que huyáis del sexo porque os perdéis algo increíble. Desde mi operación, disfruto de mi pareja más que nunca. Ya teníamos mucho rodaje juntos y confianza pero ahora, se nos ha abierto la veda a una nueva visión nuestra que se nos tenía prohibida.

Espero que este testimonio os sea de utilidad a aquellas chicas con pocas respuestas y las manos llenas de temores.

Anónima.