Que quien tiene un amigo tiene un tesoro, lo sabemos todos ¿verdad? porque el amigo, el de verdad va a estar ahí siempre, pase lo que pase, tu amigo forma parte de tu familia. Pero a veces, sin saber muy bien cómo, te encuentras con tu lengua metida en ese amigo tan especial. Eso es precisamente lo que me pasó a mí, la que siempre quiso tener un follamigo y se encontró con un aminovio.

Tuve un amigo y en una noche de borrachera me lié con él. Al principio la cosa fue bien. Lo hablamos y nos parecía perfecto, éramos amigos, nos entendíamos a la perfección en la cama, teníamos confianza. No ahondamos mucho más en el tema, simplemente estábamos de acuerdo en continuar con aquello hasta que durara.

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El  aquí te pillo aquí te mato acabó convirtiéndose en una relación en toda regla. Ninguno habló de exclusividad pero estábamos tan a gusto, tan cómodos que no necesitábamos más. Vivíamos aquello sin que nadie lo supiera, era nuestro secreto, así era más fácil, sin los cotillas de sus amigos que se entrometieran. Al fin y al cabo solo era sexo, no tenía porqué saberlo nadie ¿verdad?

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Obviamente lo bueno duró poco. Porque meses después vino lo que todos me decían que iba a pasar –con esto intuiréis que yo no guardé el secreto tan bien como él-.  Él empezó a querer ir más allá, comenzaba a quererme  y yo, yo también le quería, pero como amigo –ya sé que suena a respuesta comodín para una ruptura, pero esta vez era verdad-. Yo sentía más o menos lo mismo por él que al principio, no lo veía como pareja sino como un tío con el que podía beber cerveza, hacer el tonto y disfrutar del sexo, un tío que resultó ser mi amigo y eso yo no lo quería cambiar.

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Es cierto que él me gustaba, pero no tanto como para mantener una relación como tal, además el hecho de que él me quisiera de verdad,  me hizo ver que ese no era el camino y por eso decidí cortar la relación antes de que él lo pasara mal y yo comenzara a sentirme realmente incómoda. Eso fue lo que le dije, que no estaba cómoda y él lo entendió. Parecía que iba a ser una ruptura sencilla, pero todos sabemos que eso muy pocas veces ocurre.

No hubo ruptura sencilla porque, por tontos, directamente no se produjo como tal. Él no quería dejar de verme, al fin y al cabo éramos amigos y yo, que pensaba que lo mejor que podíamos hacer era tomarnos un tiempo de luto para ver la situación con perspectiva, al ver su carita triste acabé cediendo.

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La relación de aminovios– no sabéis cómo odio esa palabra- no concluyó de verdad, porque las borracheras llegaban y con ellas los polvos, y los malos días nos impulsaban a buscar un hombro en el que llorar y una cama en la que pasar el mal trago. Resumiendo: volvimos a las andadas, hasta que al final me di cuenta de que si me acostaba con él no era porque aún me gustara, sino porque no tenía a nadie más. ESE fue el momento en el que decidí poner punto final a lo que teníamos. Era mi amigo, no era justo para él, yo veía cómo me miraba y sabía que eso no iba a salir bien por mucho que él  me repitiera que no me preocupara y yo fingiera creérmelo.

Al final pasó lo que tuvo que pasar: tuvimos que dejar de vernos por un tiempo. El límite entre lo que era amistad y lo que no, estaba demasiado difuso. Él no se lo tomó nada bien. Yo tampoco, al fin y al cabo había perdido un amigo. Sin embargo, supe que hice bien porque  me di cuenta en la cantidad de oportunidades que había perdido solo por comodidad y el daño que le había hecho a un amigo por no haberlo pensado dos veces.

Autor: Anónima.

 

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