Pepe (prefiero omitir su nombre real), era un antiguo compañero de trabajo. Guapete y gracioso, le encantaba ser el rey de las nenas y era el típico que nos piropeaba a todas en la oficina. A la mujer del jefe, a la becaria, mi misma. A todas nos caía de vez en cuando alguna de sus tonterías, que todo sea dicho, solía soltar con mucha gracia y hacía sonrojar hasta a la más atrevida.

Se ponía especialmente efusivo los días que algunas íbamos sin maquillar, y en vez del clásico ‘¿estás enferma?’ que te suelen preguntar los demás cuando pasas de arreglarte, Pepe insistía en lo guapas que estamos las mujeres sin tanto chisme encima. ‘A mi es que me flipan las mujeres al natural, recién levantadas, sin maquillaje ni historias, naturalidad ante todo’, solía decir.

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No es que Pepe fuera santo de mi devoción, ni tan siquiera me hacía tilín, pero en una cena de Navidad y tras unas cuantas copas de misterio y un montón de palabras bonitas por su parte, accedí a unos besicos en un pub de mala muerte. Besaba bien, el condenao, y la cosa se fue calentando como yo nunca hubiera imaginado. ¡Que me estaba liando con Pepe el de la oficina!

En fin, que como podéis adivinar, acabamos en mi casa y no llegamos ni a mi cuarto. Con el calentón que llevábamos empezamos a desnudarnos en el salón y él me pidió que me quitase las bragas, que quería comérmelo allí mismo en el sofá. Cumplí órdenes, cerré los ojos y abrí las piernas dispuesta a recibir placer.

Yo dispuesta
Yo dispuesta

Un placer que nunca llegó. Cuando volví a abrir los ojos me encontré con Pepe haciendo muecas como un bebé al que no le ha gustado su papilla. Le pregunté qué sucedía y me dijo, sin cortarse, que nunca había visto ‘uno tan así’. Me imagino que con ‘así’ se refería a peludo, porque la verdad es que yo no me depilo habitualmente y aunque sé que hay señores que no bajan si aquello no está como el chumino de la Barbie, ¿cómo me iba yo a imaginar que Pepe era uno de ellos?

Nunca pensé que al fanático de lo natural y de ‘las mujeres sois bellas tal y como os levantáis’ le fueran a dar asco mis pelos del coño. ¿Qué hay más natural que eso? Se ve que tan liberal no era, que acabó abrochándose los pantalones y yéndose por donde había venido.

Y yo feliz, no os creáis. No pienso acostarme con gente que en pleno siglo XXI piensa que tener un poco de pelo en tus partes es asqueroso. Me guardo el placer para el que de verdad sepa apreciar lo natural del ser humano. ¿Y vosotras?

Ania