¿Qué es lo peor de vivir sola?, me preguntaron un día con la cuchara a medio camino entre la boca y el plato. Tuve que pensar rápido y me vinieron varias situaciones a la cabeza, la mayoría bastante tontas: hacer la cama, doblar las sábanas, lavar el coche, bajar la basura… Esas tareas que nos dan rabia, que dan pereza o que simplemente resultan más sencillas entre dos.

Al pensarlo un poco más, es cierto que hay una parte –pequeña– que estando sola no se ve colmada: echar de menos la conexión con una pareja es jodido. Ahí entraría el mandarse besitos por guasap en cualquier momento del día, compartir peli y helado en el sofá, ir a pasear una mañana cualquiera, besarse –mucho– o abrazarse hasta el infinito. Por ejemplo.

 

Tampoco todo el mundo extraña esto: conozco a personas que no tienen interés alguno en vincularse sentimentalmente con una pareja, que no necesitan ni quieren incluir en su relación el compartir su día a día. Pero vamos a suponer que la mayoría sí y a aceptar como universal la necesidad de sentirse reconocido en el otro.

La conversación –entre alguien con pareja y alguien que no la tiene actualmente– siguió así:
–¿No te sientes sola?
–A veces. ¿Tú no?
–Sí, a veces.

Pues eso: creer que vivir en pareja nos salva de sentir la presencia de la soledad en todo momento es un lugar común, tanto como creer que las personas que no tienen una pareja están solas. Otra vez error.

La soledad física
Físicamente, en cambio, sí hay un espacio donde la soledad tiene mayor presencia y si no la engañas, te devora: la cama. Da igual si se trata de una persona soltera o casada, según tengas el día dormir solo será el mayor de los placeres o una pesadilla porque hay noches en las que la cama parece extenderse hasta el infinito.

 

Un día sacas esta conversación en una terapia de grupo… perdón, en una reunión de amigos… y ves que todas las personas nos sentimos solas en algún momento. A veces, la soledad toma cuerpo, se agazapa a los pies de la cama y es difícil dormir. ¿Qué podemos hacer? Aplicar un par de trucos.

Uno: olvídate de «mi lado de la cama». Hoy es toda tuya, enterita para ti, así que ponte en mitad de la cama y conquista el espacio. Y dos: la otra almohada –que ahora molesta porque si pones la tuya en el medio, sobra– gírala de modo que vaya verticalmente del cabezal a los pies de la cama y tápala también con la sábana. Puede ser suficiente con que la notes cuando extiendas el pie o bien que quieras abrazarte a ella. ¡Tú misma! También vale el peluche gigante como animal de compañía.

¿Alguna otra idea?