‘En todo encuentro erótico hay un personaje invisible y siempre activo: La imaginación’. Y qué sería de nosotras sin ella…. A veces es necesaria para alegrar, en la medida de lo posible, esas relaciones lentas, acomodadas, demasiado relajadas y hasta aburridas, antes de decir ‘hasta aquí llegamos’. A lo largo de mi vida sentimental-sexual,unas veces me he cruzado y otras estancado durante un tiempo, en relaciones un tanto peculiares o no convencionales. Estas divertidas relaciones han forjado en gran medida mis gustos sexuales, los cuales nunca fueron de por sí demasiado estructurados.
Si hubo alguna relación que me marcó especialmente por lo divertida, diferente, «peligrosa» y adictiva, fue la que tuve con «Mi Grey» particular. «Mi Grey», un hombre al que conocí en un evento organizado por su propia empresa, me dejó claro desde el principio que lo suyo no eran los convencionalismos. Era un hombre muy experimentado sexualmente, como casi todos, solo que él sí que le sacaba partido a esto. Supongo que habría dado con las amantes adecuadas y esto, unido a su genial imaginación, me ofrecía un cóctel explosivo.
No tengo recuerdos nítidos de la primera vez que cenamos, tampoco recuerdo claramente cual fue la conversación que mantuvimos, pero no olvido lo que pasó tras esta. Al entrar en el local de moda, me pidió que fuese al baño y me quitase las braguitas. Me quedé un poco en shock porque no sabía si largarme de allí o seguirle el juego. Me decidí por lo segundo… Cuando volví del baño, me las pidió y se las metió en el bolsillo de la solapa de la chaqueta. Yo bebía mientras veía mi ropa interior en la chaqueta de aquel tipo espectacular, que me taladraba con sus ojos azules. Lo que pasó después en su casa fue poco más que increíble. Tuve una noche de sexo salvaje pero muy estudiado, con situaciones, posturas, palabras y actitudes creadas para proporcionarme un placer de nivel «expert» y, que me dejaban claro que, si decidía seguir con aquello, tendría que hacerme a la idea que no se parecería en nada a relaciones anteriores, y hasta futuras que pudiese tener.
Le gustaba utilizar conmigo juguetes eróticos, plumas, collares, aceites, fustas, pañuelos, esposas…todo lo elegía él para mí, ropa interior incluída. Cada vez que tenía que verle no sabía lo que me esperaba. Sorpresa.
Debido a su trabajo, viajaba bastante y cuando aterrizaba en algún país exótico, hacía que le buscaran lo más especial y extraño para utilizarlo conmigo. Recuerdo haber encontrado en el baño de su habitación una caja escrita en japonés e inglés. Dentro guardaba un jarabe con sabor a fresa que modificaba el sabor de su semen, y que pude comprobar en más de una ocasión que era cierto….Su filia principal eran mis tobillos. Usaba pañuelos, cueros y los enredaba a mis tobillos para luego cogerse a ellosy casi inmovilizarme. Supongo que le otorgaba un cierto nivel de autoridad en el sexo.
En una ocasión, me citó en su casa a una hora determinada para darme una sorpresa. Abrí la puerta, las luces estaban apagadas pero por el largo pasillo había un camino de velas que me guiaban hacia la gran sala. En la puerta, me encontré unos stilettos de terciopelo granate, una caja con unas bolas chinas doradas y un aceite para mis genitales . También instrucciones para que pusiera cada cosa en su lugar. Lo hice. Cuando llegué a la sala, había una especie de cama en alto puesta en mitad de la sala y también estaba rodeada de velas. Había instrucciones. Me tumbé en la camilla, con mis tacones y mis bolitas puestas. Cerré los ojos y sentí que me ponían una venda alrededor de ellos. Lo siguiente que recuerdo es el toque suave y rápido de una fusta en mi muslo…y un olor muy especiado.
Con «Mi Grey», no existían los días, los horarios ni los sitios adecuados para hacer el amor, o tener sexo. Era posible en su oficina, en un vagón, en un baño de un restaurante, en una terraza a plena luz del día, en un vuelo…Tenía «agorafilia», le atraía tener sexo en lugares públicos. Todo valía. Pero como pasa con casi todas las relaciones espumosas, esta también tenía fecha de caducidad.  Lo decidí yo cuando me propuso meter a terceras y hasta cuartas personas en la relación. No fue fácil, pero tuve que hacerlo. El último mensaje que me envió decía:
«Todos tus juguetitos descansan en el contenedor de color amarillo». Al menos en la planta de reciclaje del basurero pasarían un rato divertido con ellos, igual que yo lo había pasado.
Después de esta relación, en mi vida me he cruzado con hombres que también han tenido alguna que otra filia. Alguno con  «altocalcifilia», fetichistas de los tacones a los que en alguna ocasión he sorprendido con los míos puestos. Una filia muy común es la «acustofilia», que es la excitación que se produce al oir durante el acto sexual palabras fuertes, insultos e incluso órdenes sexuales. Los jadeos forman parte también de esta y a todos nos gusta un poco.
Una amiga, que mantiene una relación con un chico más joven que ella, me contaba que él le pedía constantemente que le dejase que le depilara el vello púbico, ya que a él le ponía a cien hacerlo. Una especie de «tricofilia» (atracción sexual al pelo de la cabeza) con la que mi amiga decía no sentirse muy cómoda cada vez que lo practicaba. A ella, sin embargo, le ponía mucho el lado rudo y salvaje de él, como cuando hacían una ruta de montaña y le veía dar hachazos a la leña para preparar una fogata.
Yo opino que todos tenemos algún tipo de filia, aunque desconozcamos su nombre técnico, patológico o como queramos llamarle. Si son sanas y no perjudican a ningún miembro de la pareja llevarlas a cabo puede ser muy positivo para ambos e incluso puede ayudar a conocerse mejor.
Todos tenemos imaginación, como tú la usas es cosa tuya…

Autor: Ana Tineo