Voy a ser muy sincera haciendo la siguiente confesión: yo he sido, soy, y probablemente siempre seré una de las personas más gafes que conozco. Y claro, tanto mi vida amorosa como sexual no se iban a quedar impunes. En el instituto era una pequeña bestia uniceja que dudaba de su sexualidad y no se comía ni un rosco; mi primer beso se lo di a los 16 años a un italiano colocado que conocí en una aplicación para follar ligar al lado del rio contaminado de mi pueblo (seguidamente le hice mi primera mamada, no me quedaba tranquila si no lo decía); mi primer novio era un inmaduro y un mentiroso que me dejó (por otra) a las pocas semanas de empezar nuestra relación; y seguidamente tuve algunos rollos y no-rollos que acabaron como los anteriores: EN LA MIERDA.
Harta y con el coño gritando a los cuatro vientos que lo desvirgaran ya de una puta vez, me lancé de nuevo a las aplicaciones para follar ligar en busca de un maromo lo digno suficiente como para aniquilar esa pizca de inocencia que aún poseía. “Petardo, petardo, petardo, meh… Petardo, petardo, que monu. Petardo, petardo, petardo, petardo, ¡le gusta Harry Potter! Petardo, petardo,…” Si chic@s, así de emocionante es ligar hoy en día. El resultado de ello: un mountain biker al que le acabé cogiendo mucho cariño (pero no el suficiente como para ofrecerle mi chochete), un metalero con el que me ponía cachonda un rato y luego acabé bloqueando, y un pringao’ un poco fantasmilla que convertía mis partes bajas en las Cataratas de Niagara. Para llegar al grano: quedamos, follamos; volvimos a quedar, salimos de fiesta, volvimos a follar; y así sucesivamente. La cosa es que después de cuatro meses, muchos polvos y un drama de telenovela al fin empezamos a salir.
¿Qué decir respecto a esta relación? Pues, creo que nunca me he sentido tan cómoda con alguien como con él. Tenemos gustos muy parecidos, no hay semana en la que no nos veamos al menos una vez (y eso que vivimos a hora y media el uno del otro), le confieso prácticamente todas mis preocupaciones por qué sé que en él voy a encontrar el apoyo que necesito, ¡joder, si hasta hemos llegado a tal punto de confianza en el que nos tiramos eructos y pedos en la presencia del otro y entramos al baño a acicalarnos mientras el otro está cagando!. Se podría decir que esta relación, en comparación con las demás que he tenido, es casi idílica. Pero claro, recordad lo que dije, soy gafe…
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Llega ese incómodo momento en el que le tienes que plantar cara a tus padres y contarles que su niña pequeña ha dejado de serlo… Ese momento en el que les confiesas con toda la confianza que les debes tener hacia unos padres lo que ha estado pasando durante las últimas semanas y que había entrado un nuevo ser querido en mi vida. Supongo que su reacción fue normal; la primogénita está empezando a poner una patita fuera del nido y a ellos les parece como si ya hubiera extendido las alas para salir volando en cualquier instante. Pero con el tiempo han comprendido que no era tanto como al principio se pensaban. Pero entonces apareció otro “problema” (a sus ojos): y es que mi novio pesa 130 kilos.
Si soy sincera me cuesta y me duele escribir sobre esto. “Entiéndenos, si ahora ya está así de gordo imagínate dentro de unos años… Solo queremos a una persona buena, y sobretodo sana para ti.” Mi padre gracias a Dios (o sea lo que sea lo que me haya echado una mano) rápidamente se dio cuenta de tal disparate. Mi novio estará gordo, pero está sano. Tiene piernas entrenadas de cuando practicaba joquei y fútbol americano, es fuerte, y en vez de tener una de esas barrigas que parecen un puff e invitan a tumbarse en ellas la tiene dura. Y la barriga también (sí, tenía que hacer la broma, soy tan infantil). Y qué cojones, aunque no estuviera sano, ¿qué más da si ven que hace sentir feliz a su hija? Mi madre tristemente piensa la mismo, nunca ha llegado a conocerlo en persona y ni siquiera le quiere dar una oportunidad. Él todo esto no lo sabe, simplemente piensa que le cae mal a mi madre a secas.
Cariño, si estás leyendo esto, quiero decirte que lo siento. Siento que seas juzgado de esa forma porque no te lo mereces. Y para cualquiera que esté en una situación parecida a la mía o a la de mi pareja, quiero decirle que vivimos en un mundo muy prejuicioso, que nos intenta hacer daño justificando su hazaña con un “Sólo lo hago/digo por tu propio bien.” Y si no puedes convencerlo de lo contrario pues no lo hagas. Dicho en palabras finas: suda de ello. Si de verdad quieres a algo, ya sea tu pareja, tu cuerpo, tus estudios, tu cultura, tu familia, lo que sea… Ese amor es mayor a toda crítica que te pueden hacer.
No busco consejo. Ni desahogo. Quiero compartir un hecho que yo tuve que aprender por mi propia cuenta por si de este modo tal vez poderle ahorrar a otra persona ese paso. Porque soy gafe, no tonta. Porque cuando caiga de un hoyo y aprenda a salir de este, no quiero caer de nuevo, quiero enseñar a los demás a salir de este.

Anónimo