Gaspar apenas había tocado la cerveza y pasaba por completo de nuestra conversación. No soltaba el móvil. Tecleaba con cara de fastidio pero parecía incapaz de parar. Era impropio de él, que siempre ha sido uno de los tíos más pasotas que conozco. El misterio se resolvió —como suele pasar— con una mujer.
—Buf. Esta amenaza con venir. A ver qué me invento para no vernos.
—¿Quién es «esta»?—pregunté perplejo.
—Un uruk-hai de las profundidades de Isengard. Se llama Carmen. Últimamente no me deja en paz.
Caí entonces en la cuenta de que nunca había visto a Gaspar con pareja de ningún tipo. Tampoco me extrañaba. Era uno de estos tíos incapaces de tomarse nada en serio, necesitados de bromear hasta con las cosas más inapropiadas. Con su grueso caudal de pamplinas sepultaba todos los temas personales que intentábamos comentar con él.
—Le voy a decir que vamos a la Alfalfa con mi hermano. Espero que no pase por aquí, nos podría ver por la ventana. Luego pasaré del móvil media horilla y le diré que se nos ha hecho tarde, que quedaré con ella mañana.
—¿Por qué te tienes que montar esta película?—la historia me sonaba extrañísima—. ¿Tanto te cuesta decirle que no?
—Es que en un episodio de alta inteligensia yo ya le había dicho que no había problema con vernos hoy aquí. No esperaba encontrarme con vosotros.
—¿Pero entonces sí que quieres quedar con ella?
—No—sacudió la cabeza para darle un énfasis que le quedó algo sobreactuado.
No nos convenció a ninguno. Nos quedamos mirándole incrédulos.
—A ver—Gaspar sintió la necesidad de justificarse—. Es simpática. Pero es simpática. Yo quería probar pero es que me está agobiando. No me deja de hablar.
—Como que tú le estás contestando a todas horas—se burló su colega David.
—¡No! Es cosa de ella.
Nos mostró en confianza sus últimas conversaciones para que le entendiésemos mejor. Eran muy diferentes de lo que yo me esperaba. Él la había pintado como una stalker insufrible; sin embargo en esas charletas parecía una tía de lo más normalita. Sí, a la tal Carmen se le notaba el interés, estaba jugando sus cartas con agresividad. Pero el Gaspar que yo leí le devolvía el tonteo encantado.
—No te entiendo—mi desconcierto iba en aumento—. Tú sí que quieres quedar con ella. ¿Es por no mezclarnos?
—No quiero quedar con ella—saltó como un resorte—. No le tenía que haber dado bola. Lo sé desde que me mandó una foto y me brilló Dardo.
Gaspar rebuscó entre las imágenes de su móvil hasta encontrar la foto del pánico. Nos la enseñó poniendo cara de asco. En su pantalla una chica normalucha intentaba sonreír a cámara sin éxito, con la piel aceitunada, una cara algo vulgar y rizos morenos noventeros. Parecía el tipo de chica que no ligaba mucho, eso era cierto. Pero vaya, igual que Gaspar.
—Puaj—David hizo una mueca de disgusto. Era un tío guapete, de los que sienten la necesidad de marcar claro su listón—. ¡Legolas, ya llevo doce!
El cuarto hombre sentado a la mesa era mi amigo Alberto. Vimos la pantalla a la vez, reaccionó con tibieza y miró qué cara ponía yo. Nos conocemos bien: probablemente no estaba de acuerdo con este linchamiento pero le daría pereza oponerse a él en solitario. Cuando tus colegas tienen algunos genes de homo garrulus Dios te libre de admitir que saldrías con una chica feucha o gordita. Nos terminamos encogiendo ambos de hombros con indiferencia.
—Gaspar, pero si no te gusta, ¿por qué leches quedas con ella?
Pinché en nervio. Gaspar tardó en contestar. Le dio un largo trago a su cerveza. En otras condiciones ya habría esquivado la estocada con cualquiera de sus pamplinas de graciosillo pero esta le alcanzaba en alguna zona más personal, podíamos masticarlo en su silencio. No me miraba a los ojos. Forzado a explicarse a sí mismo el comediante me parecía por primera vez tímido, inseguro. Había algo de derrota en la forma en que bajó la mirada. Uno niega sus vulnerabilidades durante tanto tiempo y estas crecen en la sombra hasta hacerse más grandes que tú.
—Coño, está claro—se escudó en presentarlo como una obviedad—. Porque si veo que puedo, quizás me dejaría.
—Te dejarías…¿qué?
—¿Tú qué crees?
Un henchido David tardó dos carcajadas en acordarse de que se suponía que él y Gaspar eran compadres. Cortó sus risotadas en seco: no creo que fuese su intención sonar burlón, era que él no tenía otro tipo de risa. Lo que Gaspar sintiese al enfrentarse a la mofa de su amigo en el único día que había aceptado mostrarse vulnerable, se lo guardó para sí mismo.
—¡¿Pero por qué, tío?!—tengo la mala costumbre de no dejar de preguntar—. ¡Si hasta te disgusta!
—A ver. No es que me disguste.
—¿Cómo que no?—le cuestionó David, quien había hablado con él sobre este asunto mucho más que nosotros.
—Gustarme no me gusta, está claro que no me puede gustar—se repitió con tono de necesitar convencerse más a sí mismo que a nosotros.
—Gaspar, joder. La chica no es para tanto—intervino Alberto por primera vez.
—Si te gusta te doy su número—se cachondeó David.
—Pues por qué no. ¡No la conozco!, no sé cómo será como persona.
—¿Pero tú te la quieres follar o no?—fui yo al grano con Gaspar.
El comediante tragó saliva.
—Ella no me gusta, pero si sale…
Se removió en el asiento.
—…pues eso que me llevo. Que me voy a arrepentir luego—sintió la necesidad de recalcar, mirando a David—. Pero en el fragor del momento, pues…yo que sé. Ya se tiene una edad, uno se cansa de estar esperando.
—¿Cómo que esperando?
—Pues esperando…
Esto era otro personaje suyo. Hablaba como si no fuese con él, como si fuese una historia de una tercera persona. Como si cortando la emoción escocería menos la sinceridad.
—…como que no quiero seguir virgen cuando cumpla los 28.
—Me acabas de dejar roto. No tenía ni idea de eso.
—No voy por ahí contándolo con un megáfono.
—¿No has estado con nadie nunca?
—Con nadie.
Hay un antes y un después de que un tío admita algo así a sus colegas. Hacen falta muchos huevos para someterse a algo así de emasculante. Ante los ojos de los demás te conviertes para siempre en un eunuco del que los tíos como David, en cuanto te des la espalda, harán chanza y caricatura a costa de tu persona porque «es broma, tío».
—Es una losa. Lo hago por quitármela de encima cuanto antes—se justificó.
—Pero así no es manera. Lo vas a hacer sin ganas, ¿tú te crees que puede salir bien? Si no quieres ni que te vean con esta chica.
—Yo quiero follar una vez y ya está. Para eso ella no tiene que gustarme.
—No sabes lo que dices—le aseguró Alberto—. Son ganas de buscarte un marrón tontamente.
—Si es por tías yo te presento a mis amigas—me ofrecí—. Tú y yo buscaremos. Pero no seas tonto, esto es meter la pata.
—Preséntamelas cuando quieras. Pero yo creo que voy a seguir con esto porque quiero perderla YA. Aunque sea a disgusto. Creo que cuando la haya perdido se me hará todo más fácil.
Hizo gesto de quitarle importancia. Volvía a ser el comediante. Trató de reírse del asunto, tiró de humor negro. Era habitual se pusiese autodespectivo cuando más nos acercábamos a conocerle. Pero esta vez no tuvo gracia.
—Quizás así se me quitará el miedo a morir solo.
Más bien nos heló la sangre.
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Fdo: Wolf