La gente es como el mar. Algunos se dejan mecer suavemente, como el vaivén de las olas en una noche de verano en un perfecto equilibrio entre calma y libertad. Yo soy una marejada, una tormenta furiosa que arrastra todo a su paso. No sé vivir de otra manera, no sé querer a medias. O todo o nada. Y ahí estás tú, frente a mi, todo hecho contención, calculando las distancias, preparando las dosis de amor necesarias, como si esto de una ciencia se tratara, sin derroches, sin pérdidas…todo en su justa medida.

Y aquí estoy yo, rompiendo los esquemas, superando el miedo a quebrarme de nuevo, entregándome entera por la simple idea de que merece la pena. Porque prefiero tener que reconstruirme a partir de cero que vivir con la sensación de no haber inhalado profundamente la vida. Y yo no quiero conformarme con bocanadas de aire, con los esbozos de lo que pudo haber sido y no fue.

Quiero algo entero, algo real. Quiero pasión, aventura. Sentir que se me va a desbordar el corazón de tanto quererte. Quiero un amor que me consuma, que nos consuma. Que nos dilate las venas, que nos dispare la adrenalina con la simple idea de rozarnos. Un amor que me desnude el alma cada vez que nos sobre la ropa. Porque me asusta más la idea de no entregarme, de rendirme a lo convencional, a lo seguro, a lo estático que partirme en mil esquirlas y tener que construirme de nuevo. Porque el amor para mi es como un manantial de agua fresca en medio del desierto, un oasis donde jugar a acelerarte la respiración, a desdibujarte las formas, a romper con mi intensidad tu calma.

Así que si te quedas, si decides ser valiente, tienes que tener en cuenta que pienso devorar todos tus vértices.