Vivimos en la era de las pastillas: Pastillas para dormir, para adelgazar, para dejar de fumar, para no sufrir, para estar tranquilas… en definitiva, para no estorbar. En este mundo de «pastillas para todo» la sexualidad no podía estar al margen, y mucho menos cuando este plano de nuestra vida lleva consigo una especie de efecto llamada que muchos denominan ya como «el marketing del sexo».

La incursión más sonada de la industria farmacológica en el tema del deseo sexual vino de la mano de la famosa pastilla azul: la Viagra masculina. La Viagra masculina promete una buena dosis de corriente sanguínea para los penes de aquellos que tienen dificultades para tener y/o mantener una erección. El deseo se da por supuesto, los hombres siempre están dispuestos a meterla (o eso dicen los cánones y estereotipos de lo que es un buen hombre y lo que es una buena mujer). Se vendieron (y se siguen vendiendo) millones de paquetes de esta pastilla azul, muchos de esos millones en el mercado negro. Un éxito de ventas que no dejo a nadie indiferente y ocupó páginas de periódicos y horas en la tele, generando un despliegue económico en forma de imitaciones y nuevas versiones de un medicamento que se convirtió en un símbolo de la sexualidad masculina.

Ya sabemos que la industria farmacéutica es muy fan de meterse en el cuerpo de las mujeres, y mucho más de meterse en nuestros genitales y nuestro aparato reproductor. Que si la regla, que si la sequedad vaginal, que si la anticoncepción hormonal… ¿cómo no involucrarse también en nuestro deseo?

La Viagra Rosa. último gran descubrimiento de la industria sanitaria norteamericana, «está específicamente diseñada para tratar el trastorno de deseo sexual hipoactivo (TDSH), una bajada del deseo sexual en mujeres premenopáusicas.». Es decir, una pastilla para que aquellas mujeres que menstrúan tengan ganas de tener relaciones coitales. Por otro lado, la mujer que quiera notar sus efectos (¿?) deberá tomarla regularmente durante un periodo de tiempo concreto, al contrario que la viagra masculina, que solamente se toma justo antes del encuentro erótico. Un tratamiento con muchos efectos secundarios y contra indicaciones, tal y como advierte la propia agencia del medicamento americana, mismo organismo que ha aceptado su desarrollo y comercialización.

Hasta aquí, todo ok, pero… ¿qué es el deseo?

Resulta dificil comprender hasta que punto existe una concepción del deseo de la mujer desligado del concepto de relación coital. Si atendemos a la concepción farmacológica del supuesto trastorno de deseo sexual hipoactivo, una patología muy ligada a la menopausia (y, por tanto, a cambios físicos significativos en el cuerpo de la mujer), este ha sido tratado hasta el momento por distintos profesionales de la medicina con antidepresivos (!!!) y tratamientos hormonales basados en testosterona, comprendiendo por tanto que cuando una mujer no tiene deseo sexual es que algo no anda bien en su cerebro. Sin embargo también existen profesionales que consideran que este trastorno no existe como tal, y que el deseo requiere trabajo más constructivo y activo que el que una pastilla puede representar. O lo que es lo mismo: que tu deseo sexual varía, depende de muchos factores y que si no te apetece follar no significa que estés enferma y necesites medicarte.

¿Y si no te apetece que te penetren pero te mueres por besarle por todas las partes del cuerpo? ¿Y si tienes una vida estresante, con jornadas maratonianas, y lo único que te apetece cuando llegas a casa es tumbarte en la cama y quedarte dormida como un oso en hibernación? ¿Y si… tu relación va mal y no te apetece tener un contacto íntimo?

¿Tienes un PROBLEMA?
¿TIENES UN TRASTORNO SEXUAL?

La sexualidad no depende en exclusiva de nuestro cuerpo, es variable y tiene mucho que ver con las relaciones que establecemos con nosotras mismas y con otras personas. Además, el deseo erótico es solo una parte de esa sexualidad, importante pero no exclusiva. El deseo deriva del encuentro, de la comunicación, del estar donde se quiere estar y del tacto de un cuerpo (el propio o el ajeno) que transmite tranquilidad y calor. Esa tranquilidad y ese calor puede traducirse en muchos deseos diferentes: deseo de tocar, de besar, de compartir planos vitales y proyectos en común, de comprometerse… y también, pero no solo, de follar. Por otra parte el deseo no tiene que depender de otra persona: a veces es nuestro cuerpo el que nos imprime deseos, y con el cual sentimos cercanía y contacto. No debemos dejar de lado que a pesar de convivir con nosotras mismas continuamente, a veces nos desconectamos de nuestra conciencia y de nuestra presencia. El sentirnos y encontrarnos puede ser una fuerza para poner en marcha nuestro deseo.

La viagra femenina, o los antidepresivos que hasta el momento de han utilizado para tratar este «trastorno del deseo» no son la panacea para desarrollar una explosión erótica que nos permita estar «on fire» 7 días a la semana, 24 horas al día. ¿Puede ayudarnos a tomar conciencia de nuestro cuerpo algo que modifica, en esencia, lo que somos? Un fármaco de este tipo actúa directamente en nuestro cerebro, sobre nuestros neurotransmisores, inhibiendo y/o potenciando químicamente determinadas sensaciones y reacciones físicas. Un medicamento de este tipo afecta a nuestra manera de comportarnos, de sentir, de reaccionar ante los estímulos. Quizás esta medicación pueda ser una buena ayuda en casos de depresiones, ansiedad y otras dificultades, pero… ¿realmente necesitamos todo este despliegue químico solamente porque no nos apetece follar? ¿tan importante es follar? ¿tan PRIMORDIAL es follar?

 

Por otro lado, olvidamos que el cuerpo también se comunica con nosotras en forma de reacciones y emociones, matando la potencialidad de nuestros cuerpos de expresarse y sentir en base a nuestro entorno y nuestras circunstancias. Si no deseamos, quizás es que no estamos viviendo aquello que nos gustaría vivir. Detrás de las respuestas «hipoactivas» a veces hay gritos de alerta que nos avisan de que hay cosas a las que debemos prestar un poco más de atención, que debemos cambiar, o que nos indican que algo va mal. Escucharnos, aprender poco a poco a leer nuestras reacciones, entender qué hay detrás de ellas… aprendizajes demasiado complejos que pueden solventarse tomando una pastilla. O eso es lo que opina la industria farmacéutica.

En resumen: disfrazar emociones con medicación es otro más de los efectos de un mundo fabricado en torno a una homogeneidad «perfecta» que no respeta la diversidad y la variabilidad personal. Medicalizar la cotidianeidad es otro de los efectos de despersonalizar los cuerpos y de entender la sexualidad como genitalidad. Desear no es tener ganas de follar, y no tener ganas de follar no es una enfermedad. Prestemos más atención a como construimos nuestras relaciones… y tomemos conciencia poco a poco las normas que nos dicen como tenemos que amar. Solo conociendo y abstrayendonos de esas normas podremos construir nuestra propia manera de relacionarnos coherente y que respete nuestros deseos y nuestras necesidades reales.

No todas tenemos las mismas ganas de follar, y no pasa absolutamente nada por ello.