Porque qué Maslow ni qué niño muerto: por encima de nuestras necesidades primarias nosotros queremos Internet. Por encima de internet queremos Wifi y, por encima del Wifi (que de eso ya hay mucho), queremos una batería que no se acabe nunca. Porque queremos whatsapps queremos tuits queremos Skype. Queremos sentirnos conectados. Queremos sentir conexión. Queremos esos pequeños gestos, aquellos gestos modernos (tonterías, pequeñeces) que nos encienden los corazones a chispazos. De la manera que sea.

Queremos un en línea que cambie a escribiendo. Queremos un mensajito de qué haces. Así, sin más. Que nos pille en el Carrefour eligiendo el suavizante y que nos haga soltar una risa entre dientes: que el gesto nos persiga hasta casa, que lleguemos a casa y nos hayamos olvidado del suavizante y que nos importe tres carajos. Qué haces. Doble check azul y respuesta inmediata. Queremos que en los Contactos no nos guardan con nuestro nombre: queremos que nos guarden como Pesadilla Humana <3, hombre ya. Queremos whatsapps de buenas noches con un besito de corazón porque sin el besito de corazón nada tiene sentido. Eso queremos.

Queremos que nos pokeen en Facebook porque aunque parezca tan 2009 nos sigue pareciendo lo más. Queremos que nos etiqueten en Instagram en cosas chachis y que nos reenvien por whatsapp esas cosas que les recuerdan a nosotras. Tu tan Twitter y yo tan Snapchat. Queremos ocupar los rincones esos de nuestra ausencia: estar en el fondo de pantalla del móvil y tener un tono de llamada especial. Que nos llamen de ese concierto de Leiva al que no hemos podido ir, que sea durante Telediario, que no nos digan nada, que la escuchemos toda. Y queremos. Queremos hacerlo sin comernos la cabeza. Queremos hacer que parezca fácil y sencillo. Queremos dejar de plantearnos situaciones hipotéticas, vivir sin nomofobia, queremos.

Y es que queremos. Queremos tantas cosas.

Queremos nuestras listas de Spotify y las queremos en su móvil. Queremos selfies con fondos chachis y queremos que nos enseñen la foto antes de subirla, porque hay que hacerlo con nuestra expresa aprobación. Queremos llegar muertas a casa y descubrir que el portátil nos espera con el último capi de nuestra serie favorita: que él se haya esperado para verlo o que, histriónico, finja risas y sorpresa cuando, para verlo con nosotras, lo vea por segunda vez. Que en los atascos de Madrid suene de repente Annie Lennox en el coche: no le habíamos dicho que Diva es nuestro disco feliz, pero él lo ha adivinado. Magia.

Y es que, sobre todo, queremos. Del verbo enamorarse como idiota, que es el único que interesa, al fin y al cabo.

Queremos olvidarnos de las fotos en el móvil y lo queremos a él aquí: no queremos sólo cercanía, queremos también proximidad. Queremos de la misma manera que hace quince años, sin emojis ni retuits, y queremos (a veces es lo único que queremos) que el whatsapp sirva sólo para quedar más tarde, que un SMS se vuelva una notita en nuestra agenda, que el besito con corazón se vuelva un beso desde el corazón y que un enlace signifique no te vayas nunca. Porque queremos ir al cine y que los dedos no se posen sobre los móviles sino sobre nuestros dedos propios, asquerosos de sal y palomitas. Queremos sentirnos en casa en cualquier bar, porque nuestra casa es él, esté donde esté. Que en su ducha esté nuestro champú y que el emoji de la medialuna se convierta en un abrazo a ciegas entre las sábanas. Que si durante la madrugada su móvil está en silencio o no dé igual: lo único que queremos es que esté en nuestra mesita de noche.

Y es que a veces queremos aquellos gestos modernos, pero la mayoría de veces queremos esos de toda la vida.

Mass Media, Mario Benedetti