Platos de usar y tirar. Lentillas de usar y tirar. Impresoras con obsolescencia programada, ese chip que le ponen para que luego de imprimir mil páginas, hasta nunqui, se estropee y tengas que comprarte una nueva. Los ciclos de vida de todo se han acortado y reparar y conservar es impensable, ya que apenas hemos disfrutado un poco de algo, nos aburrimos enseguida y deseamos engancharnos a lo siguiente. Next is Now. Móviles. Portátiles. Relaciones. Porque muchas relaciones también se han vuelto de usar y tirar, amichis: si no te estás arrimando contra alguien diferente cada finde, habrá quien te pregunte que qué coño estás haciendo con tu vida.

La pérdida de la emoción

Cuando tenía 20 años el amor era diferente. Por aquel entonces quedaba con un tío piloto que me volvía creisi (muy Top Gun todo) y me emocionaban todos y cada uno de los detalles de nuestras encuentros: su olor a tabaco y Hugo Boss, los besos con sabor a cerveza a escondidas de nuestros amigos, nuestros dedos nerviosos buscando entrelazarse en la oscuridad del cine. Intercambiábamos emails a diario, los imprimía y los guardaba: nos desnudábamos por completo y me enamoré a conciencia de cada una de esas pequeñas cosas que nos hacían nosotros. Cuando se fue a vivir a otro país, le regalé las quinientas páginas de e-mails con toda nuestra historia. En algún lugar del mundo, por ahí, estarán.

Hoy por hoy todo parece ser diferente: borramos emails, vaciamos chats y hacemos una esmerada profilaxis de las emociones. Nos lanzamos como loquis al Next is Now de salir-ligar-follar y nos enganchamos una y otra vez a la vibración de una primera cita, a los segundos electrizantes antes de un primer beso, a las mañanas raras en las que, de puntillas, resbalamos con el empaque abierto de un condón. Nos hemos vuelto casi inmunes a esas microrrupturas semanales de las que nos recuperamos de prisa y corriendo cuando, sin previo aviso, se larga sin dejar rastro el tío que conocimos y con quien nos acostamos la noche anterior. Total, ni nos gustaba mucho ni nada. Porque el sexo seguro también significa ponerle un condón al corazón, amichis. A ese no lo toca ni perri.

The real thing

Ted Mosby de Cómo conocí a vuestra madre era un coñazo, sí, pero en algo tenía razón: a veces nos olvidamos de lo que es buscar the real thing. Por ello no me refiero a la relación de nuestras vidas ni a buscar al padre de nuestros hijos (Ay, Ted) sino a relaciones de verdad. Historias con gente que nos guste. Historias con gente que nos aporte. Historias donde seamos honestos, vulnerables, transparentes, inseguros, nosotros; así duren una noche o toda nuestra vida.

Hace unas semanas tuve visita en casa: el amigo de un amigo que, por errores de Booking, necesitaba un sofá donde dormir unos días a su paso por Madrid. Quizá desprevenida al no ser una cita en toda regla y amparada por el paraguas de la amistad lo dejé quedarse en casa y nos tomamos unos vinos, compartimos nuestras historias, nos reímos hasta que nos dolió la tripa, follamos sin honradez en el sofá. Nos dimos a conocer honestos y vulnerables, sin máscaras ni preservativos para el corazón. A los pocos días la historia acabó, pero no fue una microrruptura de la que necesité recuperarme. Quizá, después de todo, esa sea la diferencia entre las historias deshechables y las de verdad: en las de verdad no hace falta deshacerse de nada.