Notas de metal, al ritmo de la lluvia sobre los tejados, suenan en mi cabeza como una improvisación de blues. Las luces de neón de la farmacia iluminan intermitentemente mi cuerpo desnudo. Distraída en la melancolía que proyecto más allá de la ventana, no me doy cuenta de que has vuelto a la habitación hasta que mueves la cama al subirte y me rodeas con tus brazos.

–¿Qué piensas? –me preguntas en un susurro, antes de darme un beso en la mejilla.

Acurruco mi cara sobre la mano que has puesto en mi hombro y sonrío. Un escalofrío arranca en mi espalda justo debajo de tus labios y desciende por toda la columna. Forzamos el punto de inflexión entre la tranquilidad y el deseo para que venza esta última opción.

Recostada sobre ti, noto la humedad de tu piel en mi espalda y el frescor de tus manos en mis pechos, cuyos pezones haces crecer con el roce de los pulgares.

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Uno de tus dedos se escapa hasta mi esternón, lo recorre y lo une en una línea imaginaria con mi ombligo. Lo señalas con un círculo en ese mapa del deseo que estás dibujando y el gesto te recuerda un chocolate y un pincel del cajón de los tesoros.

–Túmbate.

Te adivino la intención y obedezco rápidamente, seca mi garganta y agitada mi respiración. El pincel de gomaespuma se tinta enseguida y noto sus cosquillas entre las tetas. Adoptas una pose concentrada al dibujar pero me miras de reojo, pícaramente, para incluirme en el proceso de preparación.

Impaciente, cada vez dibujas con menos precisión. Derramas una gota generosa sobre cada aureola y completas líneas radiales a modo de sol. Unas flechas en mi abdomen señalan ahora el camino hacia la fuente de alimentación principal.

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Abro mis piernas para que te dejes de tanto preparativo y tú te ríes, sabedor de tu poder ahora mismo. «Paciencia», me aconsejas mientras cierras la línea de un corazón sobre mi muslo derecho. Lentamente, abandonas el bote destapado y el pincel en la mesilla de noche.

Te inclinas ante mí como lo harías ante un buda pero, lejos de orar, das otro uso –mucho más interesante, a mi juicio– a tu lengua. A lametones consumes el chocolate previamente extendido, intercalando pases más largos o más cortos. Cierro los ojos, dispuesta a disfrutar tu degustación.

Amanda Lliteras