Habíamos coincidido muchas veces fuera del trabajo en actos de duración determinada, pero ese fin de semana de junio era el momento adecuado para intentar “forzar” un momento de intimidad rodeados de gente después de todos los cambios que nuestras vidas habían sufrido (o disfrutado, depende de cómo lo miremos) en los últimos meses.

Un evento fuera de nuestra provincia era el momento perfecto para rebajar la tensión diaria en la oficina, de los breves y rígidos encuentros en los pasillos y de las miradas llenas de intención en el ascensor.

Íbamos a estar en el mismo hotel, había dos actos centrales y la posibilidad de coincidir de una manera más casual estaba asegurada a pesar de estar absolutamente rodeados de gente conocida, cotilla y con ganas de chisme.

La llegada al hotel fue momento patio de colegio, personas emocionadas con la idea de salir de su monótona y rutinaria vida, los mandos intermedios peloteando a los jefes, el personal del hotel corriendo de un lado al otro apabullados por la cantidad de gente y de pronto aparece él, informalmente vestido, con un vaquero y una camiseta blanca, deportivas y su pelo estratégicamente revuelto.

Tuve que contener la respiración y mis rodillas para que el sabelotodo que tenía al lado explicándome su opinión sobre la política económica no notase que el jefe rubio me tenía absolutamente loca.

El destino que es muy caprichoso hizo que las dos últimas habitaciones a ocupar fueran las nuestras, la mía una individual sencilla, y la suya, una suite más grande que mi casa. Mis hombros se tensaron al sentirle a mi lado en el mostrador y nuestras manos se rozaron al coger las llaves, un segundo que consiguió hacerme estremecer, ¿pero qué me pasa con él?

En el camino hacia el ascensor repasé algún tema banal con el que romper el hielo y evitar que notase lo muchísimo que desordena mis ideas.

Cuando se cerraron las puertas se abalanzó sobre mí y me besó, recorriendo a la velocidad de la luz buena parte de mi cuerpo con sus habilidosas manos.

El vestido que llevaba le dio via libre hasta mi culo, que lo agarró fuerte mientras me atraía hacia sus caderas dejándome claro que él también estaba excitado. Una ola de calor recorrió mi anatomía y propició que un gemido se me escapara desde las profundidades de mi cuerpo.

Ese sonido le dio a entender que aquello no iba a acabar en el ascensor y volvió a tocar el número del piso al que me dirigía para desactivar la parada e ir directamente a su habitación.

En mi cabeza pasaban imágenes a la velocidad de la luz: que al salir nos viese alguien de sus “colegas” jefes, que apareciese alguien de otra federación, que se diesen cuenta de que estaba excitadísima que mi cara mostrara lo que acababa de pasar en el ascensor ,…

¡Joder! Qué difícil es concentrarse en disfrutar del momento cuando en tu cabeza tienes a las ideas como un equipo de chismosas boicoteándote.

Salimos del ascensor y nos dirigimos a su puerta, donde de nuevo, y sin pudor ninguno me besa y me susurra al oído: quiero hacerte disfrutar, ¿me acompañas? ¿Con esa declaración de intenciones como no voy a acompañarte? Al fin del mundo si te apetece, siempre y cuando tu objetivo siga siendo hacerme ver las estrellas.

Dejamos las maletas en el hall de la habitación y todo lo que nos rodeaba era magnífico y muy interesante para una sesión de sexo multiposición (mesa, sillas, sofá y una cama del tamaño de un campo de fútbol). Pero de la habitación, lo que llama más mi atención es un espejo enorme al lado de la cama y una ventana en el tejado justo encima de la cama.

Me despierta de mis ensoñaciones decorativas atrayéndome hacia él  e iniciando de nuevo un maratón de besos intensos que alcanzan a humedecer mi coño en pocos segundos. Acaricia mi pelo y al llegar a la nuca estira de él separándome unos centímetros de su boca para alcanzar mi cuello.

Besa cada centímetro de mi escote, de mi barbilla, de mis orejas mientras me acerca al espejo de al lado de la cama y manteniéndome sujeta por la melena se pone detrás de mí y me obliga a mirarme mientras sigue su escalada de besos esta vez de manera descendiente quitándome el vestido dejándome solo con mi ropa interior.

Sigue detrás de mí, y yo no puedo dejar de mirar como recorre mi cuerpo, libera mis tetas pellizcando mis pezones, lame mi columna mientras yo me excito cada vez más.

Se coloca delante de mí y es en ese momento cuando decido intervenir yo, quiero quitarle la ropa y estar en igualdad de condiciones, quiero que él también sea recorrido por escalofríos de placer, quiero chuparle, besarle y tenerle dentro.

Cuando estoy a punto de terminar mi periplo desnudándole, muy suavemente me posa en la cama, me quita las bragas y  se pierde entre mis piernas dejando solo a la vista sus ondas rubias en mi pubis.

Esta vez, no veo el reflejo de sus acciones en el espejo, si no en el cristal de la ventana del tejado.

La imagen no puede ser más excitante: mi pelo esparcido por la cama, nuestra desnudez y su boca haciéndome el amor… No consigo retener el orgasmo que esa imagen me provoca y siento que me derramo mientras su lengua sigue repasando mi coño de arriba abajo…

Acabo de correrme en la boca de una persona pública, una persona reconocida y me encanta…

Mientras yo intento recomponerme del magnífico orgasmo que acabo de disfrutar él se coloca a mi lado, sin dejar de acariciarme y besarme introduciendo dos dedos para comprobar que ha generado la lubricación adecuada y el camino a mi interior  está listo para absorberle…

Pero antes de eso, quiero volver a tener su polla en mi boca, como la última vez, dura y caliente. Le obligo a sentarse en el filo de la cama, de cara al espejo mientras yo, arrodillada introduzco su miembro erecto en mi boca. Estoy de espaldas al espejo  al levantar mis ojos veo como él está absorto en sentir mi lengua recorriéndole y curioso mirando nuestro reflejo en el espejo.

En un momento en el que noto que su respiración se agita, le pido que se tumbe y a horcajadas me siento encima de él y comienzo a moverme, mientras le señalo la ventana del techo.

Disfrutamos de mis suaves embestidas en tres planos distintos, el real, el de la piel, el de las miradas,  el de los sonidos del sexo, de sus manos acariciando mis pechos, amasándolos, pellizcándolos…

Y dos irreales, un espejo que muestra nuestros cuerpos acompasados follando y el cristal del techo en el que su propia imagen es protagonista ya que está disfrutando, sin controlar la situación…

Mientras pienso en todo eso, el comienza a mover sus caderas para entrar más profundamente en mí, hasta dentro, algo que consigue que llegue al clímax diciendo su nombre mientras mis uñas se clavan en sus muslos. Me pide que me recupere, que necesita terminar, que quiere follarme él, a su ritmo, esta vez centrándonos en sus necesidades ya que está excitadísimo e impaciente por tomar las riendas de nuevo.

Tumbados boca arriba, el uno al lado del otro, comienza a recorrer mi piel con sus dedos, desde mi cara, introduce un dedo en mi boca y me obliga a humedecerlo con mi lengua , baja por el cuello, mis pezones, rodeados por sus manos, mi vientre, enreda en el arete de mi ombligo, repasa la cicatriz de mi cesárea y me susurra al oído que es la cicatriz más bonita que una mujer puede tener, porque por ahí salió vida…

Sigue su camino hasta que mide la temperatura de mi sexo mientras mis gemidos se escapan dentro de su boca que no deja de devorar mis labios.

Se coloca encima de mí, sus anchos hombros no son capaces de tapar el espectáculo que el cristal del techo me devuelve mientras me folla, sus nalgas moviéndose arriba y abajo,  mis caderas acogiéndole y mis piernas envolviendo su cuerpo.

No volvemos a acordarnos del espejo hasta que le pido que cambiemos de postura, que se siente en el sofá blanco y que me deje follarle de nuevo y que mire en el espejo todo lo que pasa y no ve, ya que me siento encima de espaldas a él.

Comienzo a cabalgar sobre él, mientras miro al espejo y veo como sus manos recorren mi cuerpo de nuevo y manipula mi clítoris para conseguir lo que desea, que me corra con él.

Me encanta lo que veo, lo que mi cuerpo está viviendo, nunca me había sentido tan viva mientras él se derrama en mi interior y yo me corro.

Madame Bovary