Las temperaturas superan los treinta grados a media mañana. Sin aire acondicionado, lo mejor es buscar una arboleda con sombra para pasar el día y disfrutar al aire libre. Cojo la tela playera, la botella de agua del congelador, un poco de fiambre y algo de fruta, el móvil y un libro, y allá que voy.

Mucha gente ha tenido la misma idea, así que encuentro junto al río varios grupos y más gente sola desperdigada por toda la ribera. Una norma no escrita nos coloca a una distancia suficiente unos de otros como para no escucharnos al hablar.

Un poco antes de las dos se produce ese trasiego propio de la gente que llega a hacer picnic al río y los que se marchan a comer a casa después de haber pasado la mañana a la fresca. En una de esas idas y venidas, una pareja se sitúa en mi ángulo de visión, alejados pero no lo suficiente. De hecho, son los chasquidos de sus morreos los que me hacen levantar la cabeza del libro y mirarles. Se tocan como los adolescentes que hace aún muy poco que fueron, ella a horcajadas sobre él. ¿No había otro sitio? ¿Tenéis que venir a pegaros a mí?, pienso. Mi enojo, en realidad, no es más que envidia. giphy-1

Ajenos a mis pensamientos –y creo que a mi persona en general–, siguen ellos con sus besos y sus magreaos que, a mi pesar, van excitándome. Tengo la posición perfecta para observarles sin que se note que lo hago, el libro como excusa perfecta de mi aparente abstracción.

Me doy cuenta de que no son tan jóvenes como me parecieron en un primer vistazo. Las manos de ambos van más lejos de la azorada incursión bajo las camisetas que ya me parecería arriesgada. Escucho perfectamente el sonido de una cremallera al ser abierta y presto más atención.

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Tengo una peli porno improvisada ante mis ojos y no sé qué hacer. La verdad es que me excita observar esa pasión tan cerca. ¿Será justo eso lo que buscan, que les vean? ¿Les pone que les observen? Si es así, no seré yo quien rompa su fantasía.

Tumbada bocabajo como estoy, el libro delante de mí y apoyada en mis antebrazos, tengo margen para tocarme sin que se note. Empiezo por rozar el pezón derecho sobre la camisa, y se yergue tan rápido como intuyo que lo hace la anatomía del chico entre las manos de su acompañante.

Volcada sobre él, esconde a mis ojos la mejor parte pero es imposible no excitarse con besos tan intensos y la certeza de que le está masturbando. Intercambian susurros ininteligibles y risas ahogadas además de gemidos leves.

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Pienso en bajar la mano hasta el pantalón pero no me atrevo, aunque no tengo a nadie más a mi alrededor. Me conformo, por ahora, con cruzar las piernas y aumentar y soltar la presión de mis labios. Mi cerebro registra cada sensación para recrear esta escena más tarde, ya con la intimidad necesaria para dar libertad a mis manos.

AMANDA LLITERAS

Imagen destacada.