Es triste ser la segunda opción de alguien del que estás enamorada, pero es mucho más triste ser consciente de ello, y seguir adelante. Como si el pequeño detalle de que no te quiera no pesara lo suficiente como para coger la puerta, y poner tu amor propio por delante. Yo en eso, por desgracia, soy una experta.

Una vez malgasté dos años enteros siendo el paño de lágrimas del supuesto “hombre de mis sueños”, porque de vez en cuando aparecía y me mostraba una mijilla de atención. Cuando lo hacía, yo me tiraba al vacío sin colchón y le daba todo. Me vaciaba entera, mientras pensaba que en un tiempo las cosas cambiarían. “Es que ahora no es un buen momento para él, porque acaba de salir de una relación y no está preparado”, “es que cuando vea lo genial que soy, cambiará de opinión”, “es que quiere estar conmigo, pero todavía no lo sabe”… Esas y muchas otras frases formaban parte de mi banda sonora habitual. Pero las cosas no funcionan así.

Una vez puse sus necesidades por delante de las mías, entré en una espiral viciosa, sabiendo que al final, la única que saldría herida sería yo. Cancelaba planes, dejaba mi vida en stand-by si hacía falta para salir a su rescate, cuando él, que estaba enamorado de otra, se sentía despechado y sólo quería un poco de cariño. Y la culpa era mía, porque lo sabía todo y aun así rezaba todos los días porque ese “enamoramiento” fuera pasajero, y llegaría un momento en el que se daría cuenta de que con quién quería estar era conmigo, la persona que siempre había estado allí.

Toda la situación me acabó desgastando. Cómo no iba a hacerlo. Creí que estaba enamorada de él, pero llegó un momento en el que no sabía si eso era amor o una enfermiza obsesión con salvarlo de su tristeza, como si ser una mártir y aceptar su pena como la mía propia hiciera que él me viese de otra manera.

Al final, como estaba claro, él desapareció, primero poco a poco y después de golpe, se enamoró de otra chica y yo, con la moral por los suelos, me quedé con una mano delante y otra detrás sin saber qué hacer con todos los recuerdos de una historia que ni siquiera había empezado. Que ni siquiera había existido.

A día de hoy, sigo sin saber si algún día me quiso. Quizás un poco. Pero nunca lo suficiente.