Pero no des el coñazo.

Si te vas amigo mío, asume las consecuencias y desaparece. No vale irse a medias. Así no se juega. Eso es hacer trampas.

No vale cotillear mis redes sociales, ni mirar si he cambiado mi foto de perfil. No vale que te metas en mi Facebook y repases cada una de las publicaciones que tengo. Tampoco vale que justo antes de dormir compruebes cual es mi nueva historia en Instagram. No más mensajes de preocupación, indirectas con mi caligrafía ni llamadas de atención.

Tú has decidido irte,  has decidido que no quieres formar parte de mi vida. Que no te intereso, que no te compenso o que, en definitiva, no te gusto. A mí solamente me has dejado ser mera espectadora de todo esto. Así que, déjame pedirte al menos, que te vayas de verdad.

No hace falta recordarme que estás ahí, que ya no hablamos, que no nos vemos, que no me abrazas, me besas ni me haces el amor. Déjame decirte que las puertas hay que cerrarlas bien, que detesto los portazos que causa el viento. Que no te engañes, que no finjas por mi.

Podría pararme a pensar en las razones de tu comportamiento, en qué te lleva a actuar así, en por qué lo haces o qué sientes. Pero no. Ya está bien.

Y esto no va por ti, esto va por mi.

Por mi y por todas aquellas y aquellos a los que un día no nos dejaron decidir. Por todos los que esperan ese tiempo que se estableció, esas semanas para pensar, esa vida pendiente de ti. Va por los que miran el reloj para ver la última conexión, por los que se agarran a la más mínima ilusión. Por los que se aferran a un tiempo que pasó.

Basta. Es hora de empezar a caminar. Ahora es cuando yo voy a decidir.

Voy a decidir que quiero saltar, gritar, bailar, sonreír, disfrutar y hasta llorar sin estar pendiente de ti.