Hombre, así a bote pronto y contándolo resumido, suena bonito. Que una persona se enamore de otra y quiera remover… Bueno, a lo mejor no cielo y tierra, pero al menos farolas y tranvías para encontrar a esa persona especial, pues jolines, suena guay. Es súper romántico, ¿no? ¿NO?

Yo entiendo que todo esto al chico le parezca una buena idea y a mucha gente también, porque al final es el argumento del cuento clásico de princesas con el que hemos crecido. Esta cosa absurda de que las mujeres necesitamos ser rescatadas. Es de entender que de primeras nos parezca romántico. Aunque claro, tú este romanticismo lo tienes con Cenicienta o con Blancanieves, que son unas pusilánimes, porque con Brave no hay huevos. Yo a Moana me la imagino dándole con el remo en la cara, por pesao. Cosas de la barrera generacional, supongo.

Total, que a este chico esta semana le han dicho absolutamente de todo, desde que “¡Viva el amor!” hasta que es un “acosador” y un “desgraciao”. Yo, francamente, no podría aportar nada original, aunque quisiera. Pero sí que llevo desde ayer dándole vueltas a qué se le pasará por la cabeza a la chica del tranvía (que, por cierto, han aparecido varias “chicas del tranvía”, pero la opinión mayoritaria es que todas son fake).

Yo no sé lo que pasó, no sé qué vio el chico ni qué pudo llegar a ver la chica. No lo sé, porque yo no estaba en ese tranvía. Pero he estado en otros. Recuerdo una vez, con unos quince años, que volvía de noche a casa en autobús y me pasé tres paradas de la mía porque no me quería bajar antes que el tipo que iba frente a mí, que no dejaba de mirarme y sonreír de medio lado. Estaba ABSOLUTAMENTE convencida de que si yo me bajaba antes me seguiría, y tenía miedo de que me pillara sola en la calle. En el autobús, al menos, estaba el conductor. Y creo que sé lo que pensaría en este momento si YO fuera la chica del tranvía.

Si yo fuera la chica de ese tranvía, habría perdido la mirada en el vacío (como decía él en una entrevista) para fingir no verlo, como habría hecho con otros tantos antes que él que también pensaron que “estaba preciosa”. Y, al perder la mirada a través de la ventanilla, habría pensado eso de “por favor, que no sea de los que se ponen violentos si los ignoras” (porque no sé si lo sabéis, pero los hay, aunque a algunos os sorprenda. Y más de los que creéis). Habría respirado aliviada al ver que se bajaba antes que yo.

Si yo fuera la chica de ese tranvía y hubiera visto uno de los “cuatro folios” que él dice que puso “en cuatro paradas”, en el que me describe, describe mi ropa, describe a mis amigas, describe lo que he hecho y hasta cómo creía él que me sentía (así tuviera más razón que un santo) me habría dado un vuelco el corazón, pero probablemente no por un éxtasis de ternura, sino porque el tío al que intentaba ignorar me estaría poniendo en una situación, para mí, muy, pero que muy, violenta.

Y me sentiría más violenta aún al ver que la mitad (¡la mitad!) del país cree que si no lo veo romántico es que estoy loca. Pero claro, ¿qué importa cómo me pueda sentir yo, si él no tiene mala intención? Porque, en fin, él ha sido un valiente, y si la acción se enmarca dentro del romanticismo, que te guste o no es lo de menos, ¿no? ¿NO?

Habría pensado de manera muy diferente si en el cartel, por ejemplo, en lugar de describirme a mí se hubiera descrito a él. Si hubiera dicho “nos encontramos en este tranvía”… “Yo iba vestido así”… “Nos miramos”… Qué sé yo, si quieres que te reconozca, pues pon una foto tuya. Que igualmente no lo habría llamado, pero al menos no sentiría que se ataca mi intimidad. Aunque, claro, eso lo mismo es que es demasiado arriesgado… ¡Pero has puesto tu número! Ah, que es uno que has cogido temporalmente para esto… Lógico. No vas a exponer ahí tus cosas personales, ¿verdad? No, las tuyas no, sólo las mías… No sé, igual tenías que haberle dado otra vuelta…

Si yo fuera la chica de ese tranvía, al ver el pitote que se ha montado en las redes, me habría cagado en todo y lo primero que habría hecho sería llamar al chico y decirle que hiciera el favor de quitar los carteles y dejarme en paz.

O puede que, simplemente, hubiera deseado enterrar la cabeza bajo tierra muy, muy hondo y no asomarla hasta que apareciera el próximo escándalo público (seguro que Fran Rivera no tarda en soltar otro pedo verbal). Ahora que lo pienso, es bastante probable que esto último se parezca bastante, de hecho, a la realidad.

Que dicen que protestar por esto es absurdo, que “las feminazis” acaban con el romanticismo, que ya no se puede hacer nada. Esto me recuerda horrores a un hombre que vi una vez en la televisión diciendo que si no podía “pegar, castigar ni chantajear a su hija, a ver cómo la iba a educar”. No sé… ¿Diálogo? ¿Paciencia? ¿EJEMPLO?

Hay muchas cosas, muchas, que llevamos décadas haciendo rematadamente mal. Que algo sea “culturalmente aceptado” no significa que esté bien. Y si la sociedad en general avanza es porque se da cuenta de lo que hace mal y lo corrige. Si no, aún estaríamos quemando brujas. En muchas culturas (con las que coexistimos, por cierto) es completamente normal que un marido eduque a golpes a su mujer. Es su responsabilidad como hombre. Y aquí, en nuestra híper-moderna sociedad occidental, nos llevamos las manos a la cabeza, pero hasta hace treinta años también lo veíamos normal. Y, de hecho, aquí, en nuestra híper-moderna sociedad occidental, aún sigue siendo normal para la mayoría de la gente que los padres eduquen a golpes a sus hijos.  Es su responsabilidad como progenitores, ¿no? ¿NO?

Con el romanticismo (como con tantas otras cosas) sucede lo mismo que con la educación: que nos hayan contado que los golpes son educación, no significa que educar a golpes esté bien. Y que nos hayan enseñado que invadir la vida de una chica para salvarla es romanticismo, no significa que conquistar violentando esté bien. Y de verdad que yo pienso que el chico no ha tenido mala intención ni mucho menos: es que al final a él le han vendido la misma mierda.

Definitivamente, si yo fuera la chica de ese tranvía no, no lo vería romántico. Y probablemente ella tampoco lo vea. Si no, esta historia de la chica rescatada de su propia tristeza ya habría tenido su puñetero final de cuento.

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Foto destacada: Mónica Poncelas