De nuevo, me encuentro como hará unos meses: mi felicidad depende de esa persona. Mis ganas de vivir, sonreír, incluso dormir depende de ese par de ojos.

Son tantos los momentos de complicidad y amor que no sabría siquiera cómo explicarme. La relación terminó hace mucho, no el amor por él, incluso algunos besos pero sí el tener un camino juntos, la necesidad de guardar respeto. Me he arrastrado y he vuelto a levantarme, sin embargo, y sin saber cómo, he vuelto a caer. Lo necesito como el aire.

De nuevo he vuelto a escribir como ya lo hice en aquel diario en el que lloraba su ausencia, donde hacía patente mi soledad, el no sentirme querida por nadie, ni familiares ni amigos, y lo realmente cruel: ni por mi misma. Causa notable podría ser mi edad y que todo me parezca un mundo, el terrible odio que le tengo a los transportes públicos y su tiempo de espera entre puntos de llegada o el bohemio pensamiento de que sin amor, sin su amor, yo no valgo nada.

Durante años de mi vida, mis sentimientos y pensamientos han girado entorno a una persona. He aguantado vejaciones, mutado mi personalidad y aguantado lo que a día de hoy considero aberrantes infidelidades. Todo él era suficiente para seguir adelante, merecía la pena por estar con él, por no afrontar la soledad. Por sentir que alguien me espera o poder dar un abrazo.

Pero esto ha llegado a su fin. Los días de gloria, besos y arrumacos han terminado. Debes seguir tu camino, comprender que el dichoso ideal de felicidad reside en mí, y que el amor más grande es el amor a uno mismo. Solo una persona va a estar desde el primer día hasta el último, jamás te engañará, ni mentirá, ni hundirá o humillará: tú misma.

Estás en una habitación, con una edad ideal -sea cual fuera siempre es ideal-, con una gran camino recorrido repleto de éxitos y errores, una familia que te quiere, amigos que te apoyan y… ¿físicamente? ¡Qué coño! !Podrías estar peor! ¿Intelectualmente? Estás totalmente capacitada para dejar desbancado a un tío mientras él sigue buscando el más fácil de los insultos.

¡Brillas! Y ellos lo notan. Eres dierente, te respetan y ¡Joder! Quizás no tengas a muchos a tu alrededor, pero ¿sabes qué? No los necesitas. Las personas van y vienen, aportan y tú te alimentas de las situaciones que gradúan las lentes con las que miras la vida. Mira a través de ellas, ¿ves a esa chica inquieta? Esa eres tú y nadie más.

¡Que se jodan! ¡Que se jodan todos! A la mierda la dependencia, la necesidad irracional de amar, la figura opresora y permanente de capullos arrogantes y narcisistas cuyo centro vital es su polla. ¡Que te aguante tu madre!

¿Por qué lloras entonces? Porque no me quiero, porque debo aprender la ardua tarea de amarme como una mujer independiente. Porque he comprendido, y debes comprender, que al final del camino, queda ella. Solo ella.

Autor: Lucía Reigal